E-17 Karím y el cuarto de baño

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Bonita habitacion en el New Pola, con balcon aire y cama cómoda.


Descansé un rato, poco, pues tenía hambre aunque me daba un poco de reparo ir a comer con Karím de espectador, así que tomé un trozo de pizza de la noche anterior que nos habíamos traído porque nos sobró. No es esta una costumbre muy española, la de llevarse de un restaurante lo que no te comes allí, tampoco me pareció que fuera costumbre Egipcia, pero Karím pidió el “take away” tan convencido que yo no dije nada. En otros países no sólo es normal, llegan a entregarte las bolsas los propios camareros cuando les pides la cuenta. Ahora, con el hambre que tenía me pareció una buena idea, es normal que si lo has pagado te lo lleves. Con eso y un poco de agua pasé lo peor. Podía haber pedido comida en cualquier sitio, en el propio restaurante del hotel, pero preferí preparar mi ropa y, sobre todo, la galabeya, porque no estaba dispuesto a pasar el calor de esa mañana también por la tarde.
Para vestir mi galabeya tenía un pantalón que me resultaba muy cómodo, era un pantalón corto, habría sido mejor largo, pero me hizo la función perfectamente, también tenía una camiseta bastante holgada, pero esto no era lo adecuado, necesitaba una camiseta interior, de las de toda la vida, que es lo que suelen llevar ellos. Es muy importante que la ropa que llevas debajo de la galabeya vaya ajustada, así es como consigues que se forme ese colchón de aire entre las dos prendas que te aísla tanto del frío como del calor.
Esperar a que Karím se arreglara para salir sí que era una tarea ímproba, me alegré de tener la mujer que tengo, pese a lo mucho que me quejo cuando vamos a cualquier sitio. Karím tarda dos o tres veces más que cualquier mujer que yo haya conocido (lamento que este comentario pueda ser sexista, yo lo vivo más como una realidad cotidiana). A partir de ese momento supe que los hombres tardan normalmente poco en arreglarse, las mujeres suelen tardar mucho y… luego está Karím.
Por lo que tardó en ducharse, supongo que medio Nilo pasó por la bañera de nuestra habitación, por lo que tardó en vestirse, creo que se probó toda la ropa que llevaba; por lo que tardó en peinarse, utilizó peine, cepillo y sus propias manos y cambió tres veces de modelo; pero nada es comparable a cómo dejó el cuarto de baño.

Cuando el salió yo entré, impaciente como estaba por el hambre y la tardanza. Tuve que agarrarme: había agua por todo el aseo, las toallas tiradas en el suelo, la ropa con la que entró al baño esparcida en aquellos seis metros cuadrados. Los restos de un naufragio, siquiera sea porque llegan a la costa por oleadas, se muestran en un orden lógico y coherente en comparación con lo que Karím había dejado allí dentro.
No pude contenerme y le dije que cómo era posible aquel desastre. El me contestó que todo estaba bien, “el agua y las toallas son lo normal cuando te duchas”, me dijo, “y ahora recogeré mi ropa, por ir rápido la he dejado así para desocupar el aseo pronto, pero no pasa nada, es ropa sucia”. No sé si este tío es muy listo, que sí que lo es, o si es un absoluto desastre, que también lo es. No sé si me molestaba aquel maremagnum o si me recordaba a mí mismo en casa, a su edad: eso me incomodaba más. En los viajes soy muy ordenado con la ropa y equipajes, siempre listo para salir corriendo, en casa hoy día, también. Conseguí que recogiera la ropa al decirle que cuando saliéramos vendrían a hacer la habitación, entonces supe que ya habían venido pero como él estaba durmiendo había dicho que la hicieran por la tarde. Pero quedaba una sorpresa más, de parte de mi querido compañero de viaje, la explicación a todas las cosas que yo había notado extrañas en su comportamiento.


La ribera oeste del Nilo y al fondo la montaña tebana

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