E-17 Karím y el cuarto de baño

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Bonita habitacion en el New Pola, con balcon aire y cama cómoda.


Descansé un rato, poco, pues tenía hambre aunque me daba un poco de reparo ir a comer con Karím de espectador, así que tomé un trozo de pizza de la noche anterior que nos habíamos traído porque nos sobró. No es esta una costumbre muy española, la de llevarse de un restaurante lo que no te comes allí, tampoco me pareció que fuera costumbre Egipcia, pero Karím pidió el “take away” tan convencido que yo no dije nada. En otros países no sólo es normal, llegan a entregarte las bolsas los propios camareros cuando les pides la cuenta. Ahora, con el hambre que tenía me pareció una buena idea, es normal que si lo has pagado te lo lleves. Con eso y un poco de agua pasé lo peor. Podía haber pedido comida en cualquier sitio, en el propio restaurante del hotel, pero preferí preparar mi ropa y, sobre todo, la galabeya, porque no estaba dispuesto a pasar el calor de esa mañana también por la tarde.
Para vestir mi galabeya tenía un pantalón que me resultaba muy cómodo, era un pantalón corto, habría sido mejor largo, pero me hizo la función perfectamente, también tenía una camiseta bastante holgada, pero esto no era lo adecuado, necesitaba una camiseta interior, de las de toda la vida, que es lo que suelen llevar ellos. Es muy importante que la ropa que llevas debajo de la galabeya vaya ajustada, así es como consigues que se forme ese colchón de aire entre las dos prendas que te aísla tanto del frío como del calor.
Esperar a que Karím se arreglara para salir sí que era una tarea ímproba, me alegré de tener la mujer que tengo, pese a lo mucho que me quejo cuando vamos a cualquier sitio. Karím tarda dos o tres veces más que cualquier mujer que yo haya conocido (lamento que este comentario pueda ser sexista, yo lo vivo más como una realidad cotidiana). A partir de ese momento supe que los hombres tardan normalmente poco en arreglarse, las mujeres suelen tardar mucho y… luego está Karím.
Por lo que tardó en ducharse, supongo que medio Nilo pasó por la bañera de nuestra habitación, por lo que tardó en vestirse, creo que se probó toda la ropa que llevaba; por lo que tardó en peinarse, utilizó peine, cepillo y sus propias manos y cambió tres veces de modelo; pero nada es comparable a cómo dejó el cuarto de baño.

Cuando el salió yo entré, impaciente como estaba por el hambre y la tardanza. Tuve que agarrarme: había agua por todo el aseo, las toallas tiradas en el suelo, la ropa con la que entró al baño esparcida en aquellos seis metros cuadrados. Los restos de un naufragio, siquiera sea porque llegan a la costa por oleadas, se muestran en un orden lógico y coherente en comparación con lo que Karím había dejado allí dentro.
No pude contenerme y le dije que cómo era posible aquel desastre. El me contestó que todo estaba bien, “el agua y las toallas son lo normal cuando te duchas”, me dijo, “y ahora recogeré mi ropa, por ir rápido la he dejado así para desocupar el aseo pronto, pero no pasa nada, es ropa sucia”. No sé si este tío es muy listo, que sí que lo es, o si es un absoluto desastre, que también lo es. No sé si me molestaba aquel maremagnum o si me recordaba a mí mismo en casa, a su edad: eso me incomodaba más. En los viajes soy muy ordenado con la ropa y equipajes, siempre listo para salir corriendo, en casa hoy día, también. Conseguí que recogiera la ropa al decirle que cuando saliéramos vendrían a hacer la habitación, entonces supe que ya habían venido pero como él estaba durmiendo había dicho que la hicieran por la tarde. Pero quedaba una sorpresa más, de parte de mi querido compañero de viaje, la explicación a todas las cosas que yo había notado extrañas en su comportamiento.


La ribera oeste del Nilo y al fondo la montaña tebana

E-16 Problemas con el dinero



Regresé al hotel en torno a las dos de la tarde, con un sol de justicia que me hizo recordar que para algo había comprado mi galabeia y que tenía un turbante, pero al ir por una zona turística me resistí esa mañana a vestir a la usanza egipcia. Este fue un error que no debí cometer, pero tampoco resultó demasiado grave.

Gran Columnata de Amenhotep III. Templo de Luxor

Algo sucede con Karím, ya llevo con él varios días en una convivencia muy estrecha y su mirada resulta extraña, su actitud no me parece normal. Imagino que ha hablado con su familia y que tendrá algún problema, así que directamente le pregunto.

Me dice que en su casa están bien, que no hay ningún problema. Bien, le digo, pero me parece que algo te preocupa. Lo niega pero yo sé que algo sucede. En fin, lo que sea ya saldrá.

Le explico, porque me lo pregunta, lo que he estado haciendo y de algún modo mientras le cuento mi paseo, pienso que hay algunos asuntos que tenemos sin resolver.

Quiero, le digo, que lleves contigo siempre encima estas 200 libras, son para que siempre puedas tomar un taxi o volver a Cairo, o lo que nos pueda hacer falta.
Billetes egipcios de 5 piastras a 100 libras

Antes de que se las dé las quiere rechazar, pero le explico que es absurdo que yo lleve todo el dinero encima, que a mí me puede suceder cualquier cosa y entonces él tendría que registrarme para poder tomar un vehículo o acudir a cualquier lugar a pedir ayuda. Que puedo perder mi cartera o nos pueden robar en cualquier mercado y vernos ambos en una difícil situación por no llevar dinero encima. Llevando dinero los dos es más difícil que tengamos problemas.

Me dice que cada día podemos repartir algo de dinero entre los dos, para no tener problemas, pero que no quiere ese dinero. Ese dinero, le digo, lo tienes que llevar contigo, si un día nos enfadamos o si te cansas de este viaje, quiero que puedas volver a Cairo sin pedirme nada ni dar explicaciones.

Karím está extrañado, pero le explico que viajar es algo muy complicado y que no todo el mundo tiene la tolerancia necesaria para convivir en un viaje, que no quiero que tenga el más mínimo problema en sentirse siempre libre y que ese dinero es independiente de lo que tenemos presupuestado para gastar cada día. Desde ayer, mi viaje es tu viaje, le digo, así que el dinero que está presupuestado para el viaje también es tu dinero. Me dio las gracias por mis palabras y ahí quedó la cosa. Pero yo sabía que algo le pasaba y aunque me sentía muy bien con él y si se hubiera marchado lo habría sentido mucho, siempre que voy de viaje pienso que es posible que me quede solo y por eso no me gusta compartir maletas cuando viajo acompañado. Mis cosas, mis tickets, mis documentos los llevo yo.

Donde fueres haz lo que vieres

Aprendí hace muchos años que si a una persona le das libertad, confianza y capacidad de decisión, suele devolverte responsabilidad y competencia. Existe el riesgo de que te defraude, pero ahí se aplica el criterio de no poner todos los huevos en la misma cesta. Siempre arriesgas una parte de lo que tienes, nunca arriesgas TODO lo que tienes, por otra parte yo estaba a esas alturas tan seguro de Karím que las prevenciones que tomé nunca lo fueron respecto de él, sino más bien por cualquier eventualidad que pudiera ocurrirnos en el viaje. 


Ante el templo de Luxor con galabeia y turbante


E-15 Otra noche sin dormir

Es la primera noche que pasamos en la misma habitación, a Karím yo le había dado una sorpresa, él a mi me daría dos. La que yo le di fue mi CPAP, cuando me vio con la mascarilla conectada al aparato por un tubo, supongo que pensó que dormía con algún personaje de la guerra de las galaxias. Las que me dio él a mí no eran tan inocuas: para empezar, al poco de acostarse y, una vez consideró que yo estaba durmiendo, y es cierto que lo estaba, puso la televisión; como todo lo que a él le gusta son los programas de música todas mis duermevelas eran así amenizadas. Sobre las 8 de la mañana me desperté, él dormía pero la televisión no, la desconecté e intenté seguir durmiendo, pero a las 10 de la mañana el sol ya caldeaba la habitación y decidí levantarme, desde que llegué a Egipto ningún día había dormido más de cuatro horas y media o cinco, así que tampoco era tanto sacrificio. Me levanté con hambre, pero ya era tarde para desayunar, así que con tranquilidad me aseé mientras Karím dormía. Cuando ya estaba listo para salir a la calle, él seguía durmiendo y decidí no despertarlo. Me relaciono con mucha gente joven por mis actividades y sé que necesitan dormir muchas horas, sobre todo porque no suelen hacerlo cuando deben, pero la juventud tiene esas licencias y yo, sabiendo el esfuerzo que el día anterior había supuesto para él, no iba a restringirlas.
Salí a la calle en busca de un té, pude tomarlo en el propio hotel, pero la hora del desayuno ya había pasado y me servirían un té de bolsita, pero no un té de bolsa grande, como en Londres, sino uno de los típicos de aquí, así que decidí ir hacia la población y tomar té egipcio en algún bar que encontrase abierto. Cuando hablo de té egipcio me refiero a la forma que tienen de prepararlo, no a la procedencia que sigue siendo de Extremo Oriente, o de Kenya.

Te El Arosa, mi favorito en Egipto


La tarea era más difícil de lo que yo pensaba y me costó recorrer varias calles, pero por fin encontré un lugar en el que, aunque no habría media docena de personas, algunos sólo hablando, podría tomar algo. Estaba en un bar regentado por cristianos, claramente no era un bar de turistas, así que pedí un té y me ofrecieron algo de comer, poca cosa, pero suficiente para pasar un par de horas, tiempo que yo pensaba estar fuera. Todavía no sabía yo distinguir, a simple vista, a musulmanes y cristianos, pero que los dueños del bar eran monofisistas era fácil de inferir, al ver los cuadros de San Antón en las paredes que, junto a San Jorge, deben ser dos de las más importantes devociones para la Iglesia Ortodoxa Egipcia: los coptos.


San Pablo eremita y San Anton en un icono copto
Por alguna razón recóndita en mi pensamiento, siempre creí que la relación con los coptos sería más cercana que con los musulmanes, que el hecho de compartir la misma creencia, puesto que las diferencias son hoy día más históricas y rituales que de fondo, me permitiría intimar con ellos con facilidad, sin los recelos que las caricaturas danesas de Mahoma (como nosotros llamamos al Profeta Mohamed) habían hecho nacer entre musulmanes y europeos. Nada más lejos de la realidad, creo que esa inclinación que se siente a favor de las minorías me había predispuesto demasiado favorablemente hacia los coptos y, sin que pueda quejarme de ellos, ninguna diferencia en su favor pude apreciar, frente a los musulmanes, en su relación conmigo.
El té estaba riquísimo, reconozco que para que a mí no me guste ya tiene que ser de pésima calidad, me conforta, me anima y aunque es un excitante tiene, frente al café, las ventajas de ser diurético y digestivo. Además puedes tomarlo solo o añadirle leche, si es un té negro no aromatizado, o tomarlo solo o con limón o menta en este segundo caso. Siempre está sabroso, a veces amargo y, bien calentito, quita la sed y el calor. Todos conocemos la famosa frase egipcia, que se aplica a la ropa pero también al té: Lo que quita el frío, quita el calor.
La charla con los cristianos era ya, tan típica, que ganas me dieron de hacerme una tarjeta y ahorrarme así los interrogatorios: cómo te llamas, de dónde eres, en qué trabajas, estás casado, tienes hijos. No me quejaré de personas que te tratan con amabilidad, pero he debido contestar estas preguntas en muchas docenas de ocasiones.

San Jorge de Capadocia, quien se opuso al apóstata Diocleciano

Poco más puedo contar de ese bar porque el tiempo que me quedaba lo dediqué a leer el mensaje que me había mandado Karím preguntándome dónde estaba y qué tardaría en volver. Le contesté con otro mensaje, no quería gastar el poco saldo que me quedaba en la tarjeta de mi móvil, diciéndole la hora en la que pensaba volver, que me esperase en el hotel. Yo sabía que, con el calor que hacía, a Karím no le venía bien venir a ver el templo de Luxor, de hecho quería ver los horarios para ir juntos al día siguiente o ver el espectáculo de luz y sonido esa noche.
Me acerqué a la corniche, para ver el templo desde fuera, y pese a la hora tuve ánimos de darle toda la vuelta por fuera. Por el lado que da al Nilo era muy fácil, de hecho estás viendo el templo desde fuera y poco queda que ver dentro, digo ver, que no sentir, para sentir hay que estar dentro. Por el lado contrario, en cambio, las obras no me permitían acercarme lo suficiente, pero ya era mi camino de regreso y completé la vuelta.


Una foto desde el exterior del templo de Luxor
 

E-14 El hotel Winter Palace? Es que el nuestro está detrás.



La estación de tren de Luxor está en obras, eso no significa demasiado, porque la actividad se mantiene por encima de los cascotes y escombros, y entre arena, cemento y piedras tengo que arrastrar mi maleta para salir de aquella maraña de ventanillas provisionales, maleteros desubicados, viajeros somnolientos y transeúntes alborotados. Por fin la calle, aunque su contemplación resulta aún más desmotivadora que la del recinto ferroviario; las aceras, la calzada, acaso algún edificio, están sufriendo unas obras de mayor envergadura que las que acabo de atravesar pero, como queriendo darnos la bienvenida, alguien ha regado las calles y, la arena del desierto, el polvo de la calle, la tierra levantada, al contacto con el agua han formado un lodazal en el que vamos sucumbiendo conforme nos dirigimos al centro de la población. El barro, de consistencia casi líquida, nos salpica al ser alzado por las ruedas de la maleta y se adhiere a su fondo, y a nuestros pantalones, a mi galabeya, que recojo con la mano que tengo libre, mientras, hundidos los pies en el lodo, estiro con fuerza de mi equipaje, para que no lo engulla aquel mortero sin fraguar, que nos rodea y acompaña.

Conforme nos adentramos en la calle, buscando en su centro el único resquicio de consistencia y sequedad, nos rodean vehículos de toda clase que, con sus cabriolas, nos acercan, incluso al rostro, la inmortal y eterna tierra de Egipto, esa misma arenisca que un día estuvo unida a lo que luego fueron grandes colosos o pilonos con los que los escultores cantaron la gloria de los faraones.

Nos ofrecen hoteles, taxis, transportes variados, botellas de agua, comidas más o menos elaboradas, frutas, pan, todo salpicado de aquel barrillo que ya nos tenía atorado el cuerpo y amenazaba con cubrir nuestro espíritu. Una lección práctica sobre la conservación de los monumentos de tiempos faraónicos enterrados bajo las arenas del desierto.
Era el momento de inquirir de los nativos el nombre de un hotel en el que alojarnos y pronto dimos con uno de estos establecimientos, bien situado, cercano a la estación y, creíamos, también al centro del pueblo; pero las habitaciones de un tercer piso sin ascensor, un aseo reducido, con una minúscula ducha y un olor desagradable pesaron más en mi decisión que el magnífico precio que nos ofrecían. Ciertamente el hotel estaba bien, al olor podía acostumbrarme, pero la decisión estaba tomada. Saqué mi libreta de viaje y busqué el hotel que me recomendó Bisho cuando estuve con él en Cairo: hotel New Pola. Le dije a Karím que había terminado nuestra búsqueda, que tomáramos un taxi porque, al menos esa noche, dormiríamos en el hotel cuyo nombre le enseñaba para que pudiera preguntar por él.

Pocos minutos después descendíamos de un taxi y entrábamos en la que sería nuestra casa durante cuatro noches, la habitación doble a 30 euros con desayuno cristiano o cena musulmana, todo limpio, todo agradable, todo amabilidad, buen aire acondicionado y una buena piscina en la terraza. En principio queríamos pasar esa noche, ya veríamos lo que hacíamos en adelante, porque mi idea era tomar un barco hacia Aswan y según las posibilidades, así haríamos.
El hotel New Pola

Dejamos el equipaje y nos duchamos rápidamente, turnándonos de modo que, mientras uno ocupaba el aseo el otro deshacía su maleta y salimos a la calle, a comernos Luxor o, por lo menos, un bocadillo. Llegamos a lo que podría ser el centro de la población y allí encontramos un restaurante recoleto en cuya terraza tomamos asiento. Un gran altavoz amplificaba una lección del Corán, supongo que algún imán recitaba para el pueblo musulmán alguna asura. Pedimos la carta y nos trajeron dos, una en árabe y otra en inglés.

Conocer en otro idioma el nombre de los alimentos parece sencillo cuando hablamos de algunas verduras y frutas, pero si ni siquiera en España, de una provincia a otra, reciben el mismo nombre pescados y verduras, la traducción del egipcio al inglés y del inglés al castellano era un ejercicio surrealista. El cordero que bala no es lo mismo que el cabrito, este tiene cuernos, pero un carnero también los tiene. Hubo que recurrir a la lana, para distinguirlos, porque el cabrito no sirve para hacer un jersey (otro día llegué a entender que un helado era de tamarindo, una fruta que no he visto en mi vida y, a partir de ese momento supe que ya nada podía resistirse a la comunicación que Karím y yo habíamos desarrollado). Cuando supimos lo que nos apetecía cenar llegó el momento de pedirlo pero, como yo estaba ya acostumbrado a los números árabes quise mirar la carta egipcia, suponiendo que comenzaría al revés, por leerse de derecha a izquierda. Miré los precios para que me sirvieran de guía y no coincidían así que le pregunte a Karím dónde estaba en la carta lo que habíamos pedido. Los precios eran distintos, la carta en inglés tenía precios más elevados que en egipcio, así lo comprobó Karím que, por supuesto, hizo el pedido de nuestra cena con su carta, en la que yo le señalaba lo que me apetecía, mientras el camarero ya no sabía qué pensar de mí, ni para qué habíamos pedido una carta en inglés que estaba cerrada y abandonada en la mesa. Ya no volvimos a pedir la carta para extranjeros, a partir de ese momento siempre hicimos la comanda con la carta egipcia.

No puedo recordar lo que cené pero sería algo de nuestra alimentación habitual, que se componía de alguna de estas especialidades: kofta, kebab, falafel, pollo asado, bocadillos de atún, que era la única forma de pescado junto a los calamares que nos gustaba a los dos, algunos encurtidos o ensalada. No podía faltar algo de arroz, riquísimo para mi gusto y, aunque no lo pidas, esas grandes cantidades de pan que siempre te ponen. Viniera o no a cuento solíamos tomar salsa tajina que para mí era el único sabor verdaderamente exclusivo de cuantas cosas tuve ocasión de probar. Todo lo demás, mejor o peor, con más o menos calidad, se puede comer aquí, pero el sabor de aquella salsa no lo he encontrado en ningún otro sitio. De beber para mí té o agua, para Karím casi siempre pepsi. No hace falta recordar que hay en el mundo árabe ciertas preferencias hacia esta marca en lugar de la otra, aunque las dos se encuentran en casi todos sitios.

Tras la cena yo tenía muchas ganas de ir al Nilo, sabía que el templo de Luxor estaba junto a la corniche, esto es, la orilla del río y hacia allí nos encaminamos, encontrándolo iluminado, reluciente, perfecto, con la columnata destacada y su pilono imponente, del que los franceses amputaron un obelisco que exhiben en la Place de la Concorde, gemelo del que yo estaba viendo en ese momento. Karím no creía la historia del obelisco gemelo en París, o del busto de Nefertiti en Berlín, o el templo de Debod en Madrid, pero tuvo que creerme finalmente ante la contundencia de mis palabras.
Vista exterior nocturna de un patio del templo de Luxor
Paseamos por la orilla del Nilo y pudimos ver los barcos atracados desde los que salían y entraban turistas que se acercaban al templo. La cantidad de personas que transitaba por la corniche me devolvía a la vorágine de Cairo, pero a nuestra vuelta, supuse que por ser ya tarde, no quedaban occidentales junto al Nilo. Bien dicho, era tarde para los cristianos occidentales que no para los musulmanes y yo, a estas alturas, en términos culturales no sabía ya entre quienes ubicarme, o quizá sí lo sabía: si Re iluminaba Egipto yo vivía en la claridad cristiana, pero mientras el disco solar atravesaba el cuerpo de Nut y la oscuridad se cernía sobre la arena y las aguas del Nilo, me comportaba como un musulmán, así pese al cansancio del viaje nos dirigimos hacia el centro del pueblo; Karím quería saber si había un Pizza Hut, su indispensable cita nocturna, pero todavía era temprano para la cena final, no más allá de las 2 de la madrugada, así que fuimos a tomar un té y fumar shisha.

Encontramos una amplia terraza, dividida en dos por un pasillo central, a la derecha sólo hombres, a la izquierda familias completas. Aunque no he hecho especial alusión, quienes conozcan Egipto saben que en Luxor, como en todo el Alto Egipto, son pocos los hombres que no visten la galabeya, por lo que yo me sentía a mis anchas y de estreno aquél día con mi nueva vestimenta. La terraza está llena de gente, es ramadán y todo el mundo aprovecha estas fechas para estar con la familia, es tiempo de regreso al hogar para muchas personas que durante el resto del año están separadas y, como todas las fiestas, es tiempo para gastar dinero, comer, beber y comprar regalos, sobre todo ropa. Nos costó bastante conseguir que se desocupara una mesa, pero los camareros hicieron sus gestiones y por fin pudimos sentarnos para ordenar nuestra bebida y pedir las shishas.
Vista exterior trasera del primer pilono. Templo de Luxor
El cielo pleno de estrellas que pugnaban por dejarse ver entre las luces de ramadán, el silencio intentando hacerse escuchar frente a las canciones que continuamente inundaban nuestros oídos desde la televisión y nosotros haciéndonos sitio entre los demás clientes para poder disfrutar de nuestro tabaco favorito: esta vez shisha de mango para Karím y de melón para mí, aunque terminaríamos intercambiándolas.

Tengo la sensación de que mi compañero trata a los camareros con cierto despotismo, sin embargo estos se muestran cada vez más serviciales, casi serviles. No entiendo muy bien lo que pasa pero es cierto que tardan mucho en servirnos, que estamos en un sitio muy pequeño pese a que alrededor de otras mesas hay mucho espacio y que cada vez que intentamos hablar con un camarero nos aparece otro, nuevo, con el que no habíamos hablado; a pesar de todo tengo que preguntarle a Karím por su forma de dirigirse a los camareros, en el fondo hay algo que me resulta incómodo.

Un niño nubio, de entre 10 y 12 años, con camisa blanca y pantalón negro heredado de alguien con mayor corpulencia, nos traía las brasas para la shisha; continuamente nos pregunta, está pendiente de todas las shishas que hay en la parte derecha de la terraza, la ocupada por los hombres, es un continuo ir y venir, trae y retira las pipas, cambia los quemadores, repone tabaco y, sobre todo, va cambiando los tizones de brasa para que el fumador siempre encuentre el tabaco a su gusto, sin quemarlo pero sin que suponga esfuerzo fumarlo.

Me gusta fumar shisha, voy más allá de lo exótico, de lo turístico, de lo novedoso, de hecho la fumo en casa con cierta regularidad, pero ya habrá ocasión de referirse al tabaco, en cualquier caso, para los fumadores es un placer, nada que ver con el consumo compulsivo de los cigarrillos, esta forma litúrgica de fumar una pipa de agua es lo que la hace tan atractiva, pero el humo dulce y fresco, casi carente de nicotina, generoso y envolvente, que nos proporciona la shisha es un placer superior, así cuando consideramos que poco más podíamos sacar de nuestras shishas y que era hora de cenar, pagamos la cuenta pero, antes de marcharnos, le indiqué a Karím que había que darle una propina al niño que nos había atendido la shisha.

Es muy fácil saber si esta es una propina merecida: si has fumado bien, si no has tenido pausas, si tu shisha ha estado siempre atendida, entonces la propina es merecida. Si, por el contrario, se ha apagado la brasa, has tenido que dejar la shisha por no poder fumarla, te traen la brasa irregularmente y está todavía negruzca, o demasiado pequeña, si tienes que esperar mucho para que te atiendan, la propina no es merecida, es más, debes quejarte. Karím estuvo conforme en que la propina era merecida para el chaval así que me sugirió que le diéramos 1 libra, que es una propina adecuada para un niño. Yo le pregunté qué propina sería correcta para un adulto y me dijo que 2 libras. Pues bien, esa es la propina que le daremos: 2 libras. No tuve que explicar mi decisión, Karím ya sabía, por los globos, los bolígrafos y demás regalos que yo llevaba, de mi especial consideración hacia los niños.

De ahí partimos en busca del Pizza Hut, yo temblando y Karím ilusionado, pero era lo pactado, la primera cena la elegía yo y la última la elegía él. El Pizza Hut de Luxor está perfectamente acondicionado, aunque pedimos dos pizzas, en adelante solo pediríamos una, la chicken supreme rolling pizza, favorita de Karím y que también era la más agradable para mí. Aquí no dejamos propina ni nada, no había motivo.


El hotel Winter Palace, en el que nunca me he alojado... todavía.

Para regresar al hotel sólo tuvimos que preguntar por el Winter Palace, uno de los hoteles más caros de Luxor, de los que más historia y tradición conservan, pero solo era una indicación lo que preguntábamos ya que nuestro hotel, mucho más modesto, se encontraba detrás, siguiendo la calle que había a su espalda.

Al entrar, para pasar por el arco detector de metales, esa pieza de adorno que tienen los hoteles en su puerta, yo tenía que decir “Salam alekum”, mi acompañante egipcio me aleccionaba para que lo hiciera, nos contestaban “W alekum al Salam”, pedimos la llave y como ya amanecía nos dispusimos a dormir.

Era la primera vez que dormiríamos en la misma habitación, y tuve que explicarle a Karím que había un pequeño problema: para dormir utilizo una CPAP un aparatoso instrumento, con mascarilla, parecida a las de oxígeno, que me envía aire normal, que toma de la misma habitación, pero a cierta presión, de modo que no sufra apneas del sueño. Le expliqué que no pasaba nada, que no tenía insuficiencia respiratoria ni precisaba oxígeno y que, por suerte para él, mientras durmiera con ese aparato no roncaría ni haría ningún ruido, salvo un pequeño silbido que se produce por la salida del aire a presión. Pareció entenderlo todo y quedar tranquilo con la explicación. Me metí en la cama y me coloqué el aparato, estuve hablando con él hasta que se acostó, demostrándole que el aparato no tenía ningún problema. Me preguntó qué ocurriría si se el hotel se quedara sin electricidad, le contesté que nada, que me quitaría la mascarilla y seguiría durmiendo, pero que entonces sí que roncaría bastante y no descansaría bien, por lo que al día siguiente estaría muy cansado, también ocurriría que las bebidas que habíamos colocado en el frigorífico de la habitación estarían calientes y que no funcionaría el aire acondicionado, con lo que yo me pedía la bañera para tal caso. Karím se da cuenta de que le estoy contestando con sorna y, a él, como a casi todos, le gusta más gastar bromas que sufrirlas, así que se rió al ver que le había ganado la batalla dialéctica y se puso a dormir, supongo que planeando alguna divertida venganza.

E-13 Viajeros al tren… destino Luxor

No me da miedo viajar, nunca estoy nervioso en el avión, el barco, el tren, el autobús, pero hasta que llego al medio de transporte de mis viajes, lo paso muy mal. Nunca he perdido un vuelo o un tren, aunque de estos sí que he tomado alguno en marcha. Me gusta estar un rato antes, por eso le pedí a Karím que viniera sobre las 7 de la mañana, así tendríamos unos 20 minutos para llegar a la estación y otros tantos para encontrar nuestro andén, nuestro tren, nuestro vagón y nuestro asiento.

Me levanté temprano y como ya tenía todo recogido, coloqué las últimas cosas que había utilizado y cerré la maleta. Me dirigí a desayunar y, el muchacho que solía atenderme no estaba. Comencé a inquietarme porque quería desayunar, la noche anterior solo había cenado una vez y tomado un zumo, en lugar de las dos o tres cenas habituales. Además supuse que en el tren no sería fácil conseguir comida y al ser Ramadán tenía el riesgo de pasar muchas horas sin comer, quizá hasta las seis y media de la tarde, nuestra hora aproximada de llegada a Luxor.

Por más ruido que hice nadie apareció y mi desayuno estaba peligrando porque se acercaba la hora en la que tenía previsto encontrarme con Karím, así que decidí ir a la habitación y sacar mi maleta, y así me dirigí a la terraza. En ese momento aparece el chico que me ponía el desayuno y casi a la vez recibo un mensaje de Karím, anunciándome que en 10 minutos estará en la puerta del hotel, para que vaya bajando, así que al chico le digo que no quiero lo de siempre, que basta con un té y algo de pan con queso o mermelada. No es que el desayuno habitual fuera mucho más, pero no tenía tiempo para tomármelo, así que, a toda prisa engullí lo que pude, salí corriendo de allí, entregué las llaves en recepción, me despedí a lo rápido y salí a la calle. Cuando yo salía un taxi se acercaba a la puerta, en él iba Karím, así que continuamos viaje hacia la estación de tren de Ramsés.

Cuando estamos llegando, por esas complicaciones que suponen las grandes vías de Cairo que suelen ser de un solo sentido, nos apeamos lejos de la estación, en lugar de hacerlo en la puerta; luego supe que llegar a la puerta nos habría costado más tiempo y más dinero. Tuvimos que ir por un viaducto sobre los viales y al bajar llegamos a la estación. Buscábamos el andén nº 8, que en eso ya me había fijado yo el día anterior al sacar los billetes, confirmándoselo a Karím un trabajador de la estación, con gran sorpresa para él por mi acierto. Nuestro vagón estaba algo lejos, viajábamos en primera y tuvimos que recorrer buen trecho en el andén hasta llegar. Subimos al tren, localizamos los asientos y hubo tiempo para poco más que comprar dos botellas de agua y un paquete de galletas. No pudimos conseguir nada más.

Viajando en primera clase de los llamados trenes españoles
Puntual a su hora, el tren partió de Cairo, comenzando para mí la tan ansiada travesía hacia Alto Egipto. Karím está cansado y pronto se pone a dormir. Yo con el té del desayuno estaba ya activo para unas horas, mirando por las ventanillas e intentando aprehender todo el paisaje que por ellas se colaba. Muchas horas nos esperaban pero el asiento era cómodo y el aire acondicionado, al menos a esa hora de la mañana, resultaba agradable. Así fue transcurriendo la mañana, en la que otros pasajeros, como nosotros, con parecido o idéntico destino, dormitaban en el vagón.

Salí a la plataforma a fumar, porque dentro estaba prohibido y también me acerqué al vagón cafetería aunque, más valía que no hubiera ido, porque su aspecto era deprimente. Si los vagones de primera, aunque viejos, se veían limpios, todo cambiaba en la cafetería y en los vagones de segunda. Tuve que ir al aseo, por llamarlo de algún modo y, aunque no era el aseo en el que estuve en Cairo, también allí había que llevar cuidado con no tocar nada, si no querías salir impregnado de extrañas sustancias.

Cada cierto tiempo pasaba un camarero con vasos de té en una bandeja, incluso nos ofreció unos bocadillos en alguno de sus paseos. Algún cristiano sí que pidió algo, pero la mayoría de viajeros se abstuvo de tomar comida o bebida alguna, excepción hecha, eso sí, de dos hombres que viajaban dos asientos delante de los nuestros, eran alemanes y hacían lo mismo que yo, viajar hacia Luxor. Uno de ellos resultó demasiado germánico, poco comunicativo, pero con el otro, en inglés, sí puede entenderme y el intercambio de información sobre posibilidades de alojamiento y de excursiones desde Luxor sirvió para pasar un buen trecho de aquel viaje. No obstante (esta es una impresión personal, de las que a veces hago sin querer y que suelen acertar casi siempre) me pareció apreciar cierto sentimiento de superioridad sobre los egipcios, cierto desprecio, también hacia Karím, por parte de los prusianos.

Me dije a mí mismo que esas corazonadas no debían condicionar mi comportamiento, que no había ni una sola prueba de que mis pensamientos fueran ciertos, pero no pude olvidarlos. No hablaban con él, no hablaban con ningún egipcio, tan sólo con el camarero que les traía el té, y lo justo para pagarle porque, para pedir lo hacían con señas. Tengo amigos alemanes y hasta cocinan pan alemán cuando voy a verlos, simplemente porque voy yo, no creo que a estas alturas tenga que enseñar un carné de antixenófobo, pero no me cayeron bien, y no fue por prejuicios antigermánicos. Reconozco que, desde que me puse en prevención, todo lo que hacían o decían me parecía racista, pero es que seguramente lo eran, así que decidí no continuar conversaciones que, además, implicaban cierta incomodidad, al estar separados por una fila de asientos.
La cara todavía colorada por el sol que hacía durante la visita a las pirámides.

Durante el viaje mi compañero comienza mi instrucción en frases elementales: Ana Karím, me dice, enta Antonio. Yo le contesto Ana Karím enta Antonio. No, no, la, la. Ana Karím, enta Antonio. Ah, le digo, Ana Antonio, enta Karím, y me contesta ah, ah, esto es, si, si. Entonces continúa él: Ana hena, enta hena, ana w enta hena. Y yo contestando Ana hena, enta hena, ana w enta hena. O sea, yo aquí, tu aquí, yo y tu estamos aquí.

Tan inmerso estaba en mis clases de árabe que no me di cuenta de que uno de los pasajeros egipcios nos estaba escuchando y nos miraba, hasta que me dice, corrigiéndome: Enta hena: tu aquí. Lo miro y le digo Ana hena, shokran, gracias, y él comienza a reírse, mirando a Karím y haciéndome un gesto con el pulgar en señal de aprobación. Por supuesto no era más que una invitación para iniciar una conversación en la que informamos a nuestro interlocutor, en inglés y egipcio, de nuestro destino y nuestros planes. Él iba a Aswan, pero volvería a Cairo antes de que nosotros llegáramos a su ciudad, así que perdimos la ocasión de contar con él para nuestra visita, aunque parecía que lo sintiera él más que nosotros.

Esta hospitalidad, esta amabilidad, esa amistad que te ofrecen nada más conocerte es la que a los occidentales nos hace recelar de ellos, y yo seguiré tomando mis precauciones, porque un cuidado elemental hay que tener siempre, pero mi experiencia me dice que sí, que lo dicen de verdad, que te ayudan en todo lo que pueden, que lo hacen de corazón. Para ellos el tiempo tiene un valor distinto, como he dicho antes, en el país de la eternidad, de la inmortalidad, el tiempo es algo sin importancia. Para nosotros, occidentales, el tiempo es oro, para ellos es algo que sucede, sin más.

Estas conversaciones con los egipcios del tren iban acompañadas de apretones de manos, bromas, ofrecimientos y familiaridades impensables para nuestros acompañantes germanos, eran la salsa de mi viaje, lo que normalmente es más difícil encontrar en el típico viaje organizado (aunque no es imposible, ni mucho menos) y yo lo estaba pasando de maravilla.

Mi condición de cristiano me permitía beber y comer, pero no teníamos comida, bebida sí que teníamos, por supuesto agua, aunque podía pedirme en el tren algún té. Sin embargo me parecía mal tomarlo delante de Karím, aunque me rogó que comiera algo, y de los demás musulmanes, así que me fui a la plataforma, donde fumaba y me comí las galletas, pocas y nada recomendables, pero tenía hambre. Me fui a la cafetería y me pedí un té, allí lo tomé con algunos cristianos y con musulmanes que, por alguna razón, no ayunaban ese día, supongo que por estar de viaje que, junto a la enfermedad son los dos motivos que yo conozco por los que pueden romper el ayuno a condición de que lo recuperen tras el mes de ramadán.

Se acercan las cinco de la tarde, media hora después ya podrán comer los musulmanes y el camarero comienza a atender las solicitudes que le hacen los pasajeros. Un desfile de bocadillos, vasos con té, dulces, pasa ante nosotros y, como no llevamos comida nos unimos a los hambrientos peticionarios. Yo puedo comer cuando quiera, pero decido esperarme, los musulmanes me miran extrañados, comienzan a decirme enta mushry (tu eres egipcio) pero en realidad lo único que hago es esperar a Karím, total, esperar un poco más no es tan grave. Será el hambre o el aire acondicionado pero tengo frío, algunas personas se han puesto prendas de manga larga y yo no tengo ninguna, así que, para aliviar el frío de Karím y, sobre todo, el mío, abro mi maleta, saco mi galabeya y me la coloco encima, mientras a mi compañero le doy un pañuelo turbante con el que se cubre los hombros.

Un hombre mayor pasa con una bolsa llena de dátiles, va ofreciéndolos a todos los pasajeros musulmanes del tren, yo recuerdo que la forma “especial” de romper el ayuno de ramadán es tomar dos dátiles con un vaso de agua y, cuando el hombre llega a nuestro asiento Karím acepta los dátiles y yo… también. Supongo que por cortesía, o por verme con la galabeya, el hombre me hizo el ofrecimiento y menos mal que los acepté: pocas veces he comido dátiles como aquellos, quizá ninguna, estaban riquísimos, como pude saborear cuando uno de los musulmanes anunció a los demás que ya podían comer y yo, después de mi ridículo desayuno de las 7 de la mañana, un pequeño paquete de galletas y un té, vuelvo a tomar alimento sólido.

Nos comimos los bocadillos que habíamos comprado al camarero y unos tés que me parecieron riquísimos, a dos libras, (en Cairo pagaba media libra en la calle, una en locales y dos en hoteles), y nos ofrecieron comida de unas fiambreras que llevaban algunos musulmanes pero que rechazamos por tener ya comida, y por vergüenza, porque, al menos yo, me quedé con las ganas, no por hambre, sino por probar aquellos guisos.

Todavía transcurrió más de una hora hasta que llegamos a nuestro destino, Luxor, ya es noche cerrada, nos despedimos de los musulmanes que continuaban camino hacia Aswan y descendimos del tren, yo con mi galabeya y un montón de ilusiones, Karím con su sonrisa.

E-12 Karim, el generoso.

Algunos minutos pasan de las ocho de la noche cuando aparece, con su sonrisa extendida mi amigo Karím (Karim o Kareem en inglés), en la terraza del hostal en el que llevo unos minutos esperándolo. Un saludo de rigor, sentido de verdad porque ya hace casi dos días que no lo veo.

Intenta disculparse porque ayer no pudo venir, yo le digo “friends don’t apologize” y no le dejo continuar, ni tenía ninguna obligación ni me he quedado tirado, he estado con él mucho más tiempo de lo que pudiera imaginarme, he ido con él por todo Cairo, ¿qué tengo que disculpar?

Karim "el generoso"

Lo primero que hago es comentarle, ya en persona, que cuando me encontré con Yasser no me lo podía creer y que tuvimos una conversación muy agradable. Karím había hablado ese mismo día con Yasser, pero no había quedado en verlo porque tenía que prepararse el equipaje para ir a Líbano y despedirse de su familia.

Salimos del hostal en dirección a algún lugar cercano para cenar, esta vez soy yo quien lo lleva a uno de esos lugares de comida rápida egipcia, porque ya imagino que al final de la noche iremos al Pizza Hut y yo quiero comer algo ya, antes de que sea más tarde; mientras, por el camino le voy comentando que ya tengo los billetes y que al día siguiente a las 7:40 de la mañana sale el tren con destino a Luxor. Esta puede ser nuestra última jornada juntos, o el principio de un periplo como viajeros por el Alto Egipto.

De eso me quería hablar. Yo ya lo sabía, a ver qué me dice ahora este buen hombre. Habibi -me dice- yo tengo un problema con el viaje. Yo estoy temiendo que no pueda venir, por un lado me he hecho a la idea de que vendrá, por otro lado he estado preparando este viaje para hacerlo solo durante mucho tiempo, en cualquier caso habrá que tomar las cosas conforme vengan.

Me cuenta que se siente avergonzado, que él ha intentado durante todos estos días que hemos estado en Cairo que yo disfrutara, que viera cosas que normalmente no ven los turistas, tal y como yo le había dicho que quería hacer. Que no puede venirse de viaje porque es estudiante y no tiene dinero. Aunque había trabajado durante el verano, el dinero que ganó lo tiene guardado para la Universidad, para los desplazamientos y otros gastos, ya que desde que quedó huérfano, la matrícula se la pagan sus tíos, y su madre le da algún dinero, comida y ropa, pero los demás gastos los tiene que cubrir él, con lo que ha ahorrado en verano y con trabajillos que va haciendo conforme puede. Que todo el dinero que tenía para él se lo ha gastado estos días y que no le queda nada. El no puede hacer un viaje como el que yo le propongo porque le quedan 100$ estadounidenses y los necesita para sus primeros gastos.

Lo peor de todo es la manera en que me lo dice, parece que estuviera confesando un crimen, el rostro mudado, la mirada esquiva, la cabeza agachada, verdaderamente está pasando un mal momento. Aparte del dinero –le digo- ¿tienes algún otro problema? Entonces me dice que él no ha estado nunca en Alto Egipto y no puede serme de ayuda, porque no conoce nada.

Karím, -le digo- si tienes cosas que hacer, si no puedes estar fuera de casa tantos días, si de verdad hay algún motivo para que no vengas, o si simplemente no quieres venir, eres muy libre de hacer como te plazca, pero si la única razón para que no vengas es que no tienes dinero, como te dije ayer por teléfono, estás muy equivocado, porque me cuesta lo mismo una habitación de hotel doble que una sencilla, me he ahorrado muchos euros al tomar el tren diurno en vez de tomar el sleeping train y cuando voy a comer yo solo, la comida me cuesta más que cuando la has pagado tú para los dos. Si no vienes conmigo porque no admites que yo pague tus gastos durante el viaje, lo que pasa es que no me consideras tu amigo. Esto le sentó muy mal, porque el orgullo es uno de sus ¿defectos? ¿virtudes? ¿características? Sí soy tu amigo, me dice, por eso no puedo ir, porque tendrías que gastar dinero. Entonces –le argumento- tú eres mi amigo pero yo no puedo serlo tuyo, porque no me has dejado pagar ninguna cena, ningún café, ningún taxi en todo el tiempo que hemos estado juntos. Me contesta que no, que lo que ha hecho es para que yo estuviera feliz, que pensaba que yo seguiría mi viaje con mi amigo cristiano y que ya no tiene dinero.

Le pregunto a qué distancia vive de Cairo y me contesta que a 50 kilómetros, que ya me lo había dicho. Le pregunto cuánto se tarda en taxi desde su casa a Cairo y me dice que una media hora, según esté el tráfico, que para qué quiero saberlo. Le digo que cómo es posible que siempre tarde dos horas en venir desde que me dice que sale hasta que llega; aunque yo sé la respuesta, me lo confirma: porque viene en autobús. Le pregunté cual era la verdadera razón por la que no había venido la noche anterior y me confesó que no vino porque no tenía dinero.

Este es Karím, un egipcio de 19 años, que me está invitando varios días a cenar, que gasta entre 40 y 60 libras cada noche en invitarme a tomar helados, shisha y té, y que, en lugar de permitirme invitarlo y pagar las 15 o 20 libras que le supone un taxi para ir a su casa a las 5 o 6 de la mañana, va y viene tomando microbuses de 50 piastras y autobuses de 10 piastras.

Sé que eres mi amigo, le digo, y por eso quiero que vengas conmigo, si puedes, a Alto Egipto, además ya he comprado tu billete, que es lo más caro (él no sabía lo que me había costado, pero si sabía que tenía el billete comprado). Le expliqué que yo tenía presupuestado mi viaje, que había estado ahorrando y que pensaba llevar un guía, pagar por las excursiones, el barco, en fin, por todo, que en Egipto el negocio es el negocio y que, con él, además de ahorrar dinero, tenía la seguridad de que, en cualquier problema que tuviera, tendría un amigo a mi lado para ayudarme.

Supongo que él sabía que vendría conmigo, yo estaba seguro de que, de no ser así no me habría permitido sacar el billete, pero en un gesto que le honra, pasó el mal trago de explicarme su situación. La cosa no terminó ahí, le tuve que explicar que quien estaba de vacaciones era yo, que yo le pedía que me acompañase, no eran sus vacaciones sino las mías y él venía como mi traductor. Así, en realidad, es como se pagaba su viaje: trabajando. Esto le gustó más.

Lo único que he visto en Egipto más grande que el Nilo y las pirámides es el orgullo de los egipcios.

Creo que presentarle la situación como un trabajo le ayudó a ver las cosas de otro modo, en realidad nadie le regalaba nada, ya que no pude hacer el viaje con un guía turístico, lo haría con un traductor. Al saberse necesario se sintió mejor y volvió a ser el mismo de siempre. Saqué de mi cartera 100 libras y se las di, le dije que necesitaba que estuviera a buena hora en mi hotel para recogerme e ir a la estación de tren, que no se le ocurriera tomar autobuses, que fuera en taxi a su casa y a la mañana siguiente viniera en taxi también.

Terminada la cena consideramos que era mejor no dilatar la noche, al día siguiente nos esperaba un largo viaje, así que fuimos a tomar un zumo, yo con la tranquilidad de ir acompañado por un amigo, él orgulloso, con su nueva misión como traductor.  Al día siguiente nos esperaba el Alto Egipto, estaríamos casi todo el día en el tren y tendríamos muchas horas para conversar, preparar las visitas y organizar el resto del viaje. Teníamos billete de ida, pero no de vuelta, pero no hay problema, todo es fácil en Egipto.   …o no.   

E-11 Unas babuchas y varias despedidas

Tras despedirme de Bisho tengo que ponerme manos a la obra para preparar mi viaje a Alto Egipto, es cierto que el equipaje está preparado, pero tengo que avisar a Karim, le hago saber que tengo los billetes y la hora de salida y quedo en verme con él tras su desayuno, a eso de las 8 de la noche.

Es el momento de comprar una especie de babuchas, ya que voy a vestir con la galabeya en Alto Egipto, debo buscar un calzado adecuado, para eso no necesito a nadie, antes de venir ya me aprendí los números árabes y es muy fácil saber los precios que aparecen en los escaparates, pero tengo ganas de hablar con Shrefali, además de que su opinión puede serme de utilidad.


Otra vista desde la terraza


Salgo a la calle tras el desayuno musulmán, ya de noche, voy a la famosa esquina y ahí hago una llamada perdida a Shrefali. Escucho mi nombre en la calle, miro hacia arriba, enfrente, es Shrefali que me saluda desde la ventana del cibercafé. Me  pregunta si voy a subir, le digo que no, que quiero comprarme calzado, mientras le señalo mis pies, para suplir con imágenes las dificultades que tiene mi voz para hacerme entender, por ese ruido continuo del tráfico en Cairo.

Me indica que pronto baja y, cinco minutos después, se reúne conmigo, nos saludamos, afortunadamente sin besos, le comento lo que quiero y me pregunta que para qué lo necesito. Le contesto que para que me acompañe y tomarnos un té.

Durante estos días he visto muchos escaparates de calzado, la verdad es que casi tengo elegidas las babuchas que quiero comprarme, pero son un poco caras, casi 5 euros, pero ahora tengo que probármelas y sólo las compraré si me resultan cómodas.

Me atiende una chica que unos días antes me había vendido una cartera para el dinero egipcio; al ser los billetes más largos que los europeos, no tuve más remedio que comprar una billetera y la compré en esa tienda. No fue buena compra, porque no era de piel, pero me pareció absurdo gastar más dinero en algo con tan reducida utilidad, aunque reconozco que me quedé con las ganas de comprar una billetera preciosa y de calidad que encontré en la misma tienda, me pareció excesivo el precio, unos 12 euros y al inicio, casi, de mi viaje no quería cargarme de gastos y objetos.

La chica no se aclara mucho con lo que le pedimos, pero un chico, adolescente, que también trabaja en la tienda, acude en su auxilio, o en el nuestro. Le digo que, entre hombres nos vamos a entender mejor y él me mira asintiendo, con ese brillo particular que tienen los niños egipcios en la mirada cuando empatizas con ellos y los tratas como adultos.

Me pruebo las babuchas, me sacan otra talla y finalmente elijo las que más cómodas me resultan. No podemos hacer mucho porque la tienda tiene los precios puestos en el escaparate y no son para turistas sino para egipcios, pero le redondeamos el precio a la baja y aceptan. No fue un gran ahorro, pero nos da para el té que inmediatamente vamos a bebernos mi valedor Shrefali y yo.

Le hago saber que me marcharé para Alto Egipto a la mañana siguiente y que no sé si volveremos a vernos, pero en cualquier caso le deseo mucha suerte y él hace lo propio conmigo. Cuando nos despedimos me dice que quiere volver a verme, no le aseguro que lo vayamos a hacer, no sé si cuando vuelva a Cairo me alojaré en el mismo hostal o me iré a un hotel, me insiste en que, cuando vuelva a Cairo, en este viaje, o en otro viaje, no deje de llamarlo y encontrarme con él, que él comprará para mí y así me ahorraré dinero en los regalos. Pago la cuenta y nos vamos, él a su esquina, yo a mi hotel, a esperar a Karim, que debe estar al llegar. Cuando llego, el recepcionista ve las babuchas y, tras una breve conversación, me pide las sandalias viejas que llevo puestas, porque le parecen cómodas para estar en recepción. Inmediatamente me las quito, se las doy y me pongo las nuevas. Quizá era una broma, pero ante mi determinación se las prueba, le gustan y se las queda puestas. Le abono la cuenta y le doy la propina que, en realidad se merecen por la ayuda que me han ido prestando. No sé cuando volveré ni si volveré pero si lo hago, los llamaré antes para que me reserven la misma habitación. 
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Curiosa habitacion


Ya son más de las ocho cuando recibo el mensaje en mi móvil en el que Karim me anuncia su inminente llegada y me pide que lo espere en la terraza de mi hotel. Así lo hago y aguardo su llegada, mientras me despido de Cairo y de la peculiar vista de Talaat Harb que he tenido cada mañana mientras desayunaba.

E-10 Gizeh y un pequeño gran hombre... triste

En la meseta de Gizeh

Hoy es 3 de octubre y la pasada noche ha sido la primera en la que no he podido quedar con Karim. Con el tiempo me daré cuenta de la gran conexión que había entre nosotros, pero en ese momento me pareció muy normal pasar aquella noche solo y, además, eso era lo que, probablemente, pasaría en el futuro.

Pero esta mañana, he quedado con Molly y con Bisho, mis dos guías, esta pareja de cristianos que, aunque lo nieguen, algún día se casarán, sólo espero poder asistir a esa boda, supongo que ella estará preciosa si algún día dan ese paso.

Aunque son cristianos, me contó Bisho, que en lo referente al matrimonio no hay mucha diferencia con los musulmanes. Ellos son vecinos, han estudiado juntos, primero en clases separadas, después en la misma carrera, siempre han ido juntos como amigos. Si fueran novios tendrían que dejar de verse o, lo que es peor, puesto que él no tiene nada en la vida, probablemente concertarían el matrimonio de ella con alguien mayor, que ya tenga cierta situación económica. Todo se estropearía, así que, ¿qué puede hacer? 

Me encuentro con ellos en Tahrir Square y de allí partimos en un taxi para Guiza, por fin voy a ver las pirámides, será mi segunda ocasión tocando aquellos bloques de piedra que aguardan desde hace más de cuatro mil años, como escalera para que su Faraón pueda unirse con sus dioses.

No me extenderé, porque la visita a Guiza la hace todo aquel que visita Egipto, pero si la primera vez me pareció que las pirámides ganaban de lejos y que, de cerca, no eran tan solemnes, en esta ocasión se me mostraron altivas, inmensas, trascendentes. Supongo que en la primera ocasión viví con gran contrariedad las diferencias entre el Alto Egipto que me es tan amado y el Bajo Egipto que me resultó tan sórdido. Afortunadamente la vida me ha dado una segunda oportunidad, para reconciliarme con Cairo, con las pirámides y conmigo mismo.


El sombrero de la pirámide de Kefren

En todo caso diré que si bien en esta ocasión no hubo panorámicas y que el viaje era privado, disfruté mucho, aunque muy acalorado por la hora, de la contemplación de las tres hermanas.

De vuelta a Cairo decidí ir a la estación Ramsés y aprovechar la compañía de Bisho y Molly para obtener mis billetes para viajar. Pero tenía un problema, no sabía si Karim vendría conmigo o no.

La conversación, por teléfono, no fue demasiado esclarecedora, Karim me dice que no sabe qué hacer, le pregunto si tiene algún motivo familiar o personal para no venir conmigo, me contesta que no. Entonces ¿cuál es el problema? Me dice que él es estudiante y que no tiene dinero para un viaje como ese.

Me echo a reír, le explico que no necesita dinero, que lo que tiene que hacer es venir para ganar dinero porque yo pensaba hacer el viaje contratando a uno o varios guías, según lo que pudiera encontrar y que me ahorraría mucho dinero si él decidiera venir conmigo.

Me dice que haga lo que yo quiera, e intenta que yo dilate mi decisión de ir a Alto Egipto hasta que podamos hablar. Le digo que haré lo que considere y que luego hablaremos.

Todo Cairo se extiende al este de las pirámides que estan rodeadas de edificios, salvo por el oeste
Llegamos a la estación de tren y buscamos la oficina del tren nocturno, que podía conducirme hasta Aswan, en tan solo una noche en un coche cama. Preguntamos el precio, aunque yo ya lo conocía y nos hablan de más de 60 dólares estadounidenses. ¿Cuánto es eso en euros? No, son dólares, no se puede pagar en euros, tampoco en libras egipcias.

Bisho no se lo puede creer, se avergüenza de su país, se enfada, cómo es posible que en Egipto haya que pagar el sleeping train en dólares! Esto es mucho dinero para ir en tren, ¿por qué no vemos aviones para Luxor o Aswan?

No Bisho, le digo, vamos a preguntar por el Spanish Train. Así se llaman los trenes diurnos, se extraña de que me sepa el nombre, le contesto que si son trenes españoles es normal que los conozca.

Se ríe, me dice que se le había olvidado que yo lo conocía todo en Egipto, supongo que me está devolviendo con sorna la mala pasada que ayer le hice a Molly en el Museo Egipcio. Aprecio su ironía y se la alabo, me gusta una persona que, sin maldad, es capaz de aguardar fríamente el momento de la venganza dialéctica, este Bisho cada vez me cae mejor, qué pena no haber podido contar con él en el viaje.

El tren diurno, en primera clase, con aire acondicionado, me cuesta de Cairo a Luxor poco más de 11 euros, sale poco después de las 7 y media de la mañana.

Todas las ideas se me vienen a la cabeza de repente, sacaré los billetes para Karim y para mi, saldré al día siguiente, de todos modos ya tenía que pagar la noche de hotel de este día, y si él no puede venir la pérdida será inferior a 12 euros. Además tengo serios problemas para viajar de noche, sé que no voy a dormir, de este modo viajaré de día, casi todo el trayecto junto al Nilo. Por último, pero importante para mí en ese momento, puedo pagar en libras egipcias.

Como lo pensé lo hice y salí de la estación con mis dos billetes. Ahora me toca hablar con Karim, pero en cualquier caso, mañana estaré en Luxor sobre las 6 de la tarde.

Molly y Bisho me recomiendan un hotel en Luxor y me dan algún que otro consejo, todo lo que me dijeron me vino bien.

Terminada la gestión, la hora de comer se acerca y volvemos a Tahrir en metro, esta vez sí consigo sacar los billetes, no hay tanta gente como el otro día porque es más temprano. Me despido de Molly, no sé si volveré a verla y Bisho me acompaña hacia mi hotel, subo a dejar los billetes y cambiarme, hace calor, bajo para comer con mi amigo en una especie de restaurante. Esta vez pago yo, se lo pido sabiendo que quizá sea la última vez que lo vea, no sé cómo será mi viaje, cuando volveré y si él estará en Cairo a mi regreso. Durante la comida ha desvelado un poco más sus anhelos más íntimos, ese enfado que tiene con las limitaciones que su país le impone, la conversación se torna más política, en mi opinión casi peligrosa, dice que está harto y que le da igual que lo oigan y, cuando la rabia comienza a manifestarse irisando sus ojos, cambio rápidamente de tema. Creo que me agradece que no lo haya dejado manifestar su dolor, un dolor profundo, de tal magnitud que no sé cómo cabe en un cuerpo tan escuálido, tan débil, tan pequeño. Nadie diría por su aspecto que este hombre sea, por dentro, tan grande, que le quepa tanto dolor, tanta pena, tanto sufrimiento… y yo, de vacaciones.

Terminamos con los dos besos de rigor y un gran abrazo, le expreso mi agradecimiento, le pido que se sincere con Molly y que la cuide, que ella lo quiere mucho, eso era evidente, al menos para mí, y que se confíe en ella. Que sea feliz.

El me dice, aunque no lo creo, que así lo hará.

Se marcha rumbo a la estación de metro y yo lo hago hacia mi hotel. Me vuelvo, no sé por qué, pero quiero verlo, quizá por última vez; ya está algo lejos y, ¿casualidad? él también se vuelve. Me despido con la mano, él me devuelve el gesto y ya seguimos cada uno nuestro camino. Lo que disfruté con él en el Museo Egipcio, con sus genialidades, sus ironías en Guiza y Ramses Station ya son historia. Incluso por internet, cuando lo encuentro en el messenger me sigue asaltando esa sensación de tristeza que transmite una persona sensible que, consciente de que en esta vida no alcanzará la felicidad, es incapaz de adaptar su forma de ser y se va autodestruyendo cada día. ¡Qué pena!