E-09 La casualidad no existe

En un día de grandes contrastes emotivos, todavía quedaba mucho por vivir, comenzaba la segunda parte del día, la vida con los musulmanes, algo a lo que ya me estaba acostumbrando, primero una gran agitación humana: todo el mundo terminando compras y corriendo hacia casa, los comercios cerrando y las calles despejándose, tras ello la VOZ, o sea los almuecines indicando que el ayuno terminaba, el sol se oculta y ya pueden comer los musulmanes; dos dátiles y un vaso de agua es lo que manda la tradición como forma “especial” de romper el ayuno, algo más de media hora después las calles vuelven a ocuparse con personas, ya pasan de las seis y media de la tarde. A las siete todos los comercios vuelven a abrir sus puertas, el trasiego de personas aumenta. A las ocho de la noche las calles están pobladas por una multitud ingente que, en torno a las 9 o 10 de la noche lo ocupa todo, llegando a dificultar la circulación de los vehículos.
Grupos de chicas comiendo helados y mirando escaparates donde los pantalones vaqueros más atrevidos compiten con la última moda de pañuelos para cubrirse la cabeza, miles de zapatos expuestos esperando pies que les den la vida, chicos en pequeños grupos, con atuendos que recuerdan más a Londres o Barcelona que a la mayor capital del África árabe, bueno y de toda África.
Cogidos del brazo, los chicos se detienen frente a los escaparates, en el borde de la acera,  para poder mirar a las chicas que, entre risas, comentan con sus compañeras las furtivas miradas que han recibido y se sonrojan cuando, de reojo, en estos entrevelados escarceos de adolescente, devuelven, con apenas una mueca sobre el helado, las atenciones que han recibido de los chicos.
Donde no alcanza la libertad en la expresión de los sentimientos, llega una sensualidad sutil, casi subliminal, que voy descubriendo como observador de un mundo de pasiones latentes que nunca terminan de salir a la superficie.

Tipica escena en la corniche del Nilo entre chicos y chicas
Una chica está con su novio, él lleva una chaqueta, pese al calor que hace, pero con una simple camiseta, como van casi todos los demás, no podría lucir tan interesante. La chica con su pañuelo deja clara su condición religiosa y, finalmente, un segundo chico, aburrido, asiste a la escena en su condición de amigo y garante del respeto que debe presidir aquella reunión. Por sus edades, por sus expresiones, están muy lejos de esos matrimonios acordados por los padres, son gente joven que se ha enamorado y que, quien sabe, quizá puedan imponer su amor a las convenciones sociales de las que, pese  a su descomunal tamaño y aparente indiferencia, no está exenta la sociedad cairota.
Tengo que comprar mi tarjeta telefónica Menatel, busco las de 20 o 30 libras, cuando, tras 2 o 3 llamadas no me alcanza el crédito para llamadas internacionales, las conservo para llamar a mis amigos egipcios, por eso llevo siempre 2 o 3 tarjetas encima y las voy alternando.
Esta noche es importante que hable con Karim, mañana quiero sacar los billetes de tren para ir a Aswan o Luxor, pienso que si voy solo iré en el sleeping train (tren nocturno) hasta Aswan y tras visitar Abu Simbel comenzaré a descender en Nilo hasta Luxor y de ahí, según lo que se me presente volveré a Cairo. Pero si Karim decide venir conmigo tendré que cambiar los planes, comenzaré viaje en Luxor y bajaré hasta Aswan, de ahí a Abu Simbel y regreso a Cairo.
Ya es tarde, decido llamar a Karim, desde la cabina, en mitad de la calle, me cuesta entenderme en inglés con él. Quizá pueda venir mucho más tarde, pero me advierte que tiene dificultades, asuntos familiares que le impiden venir a la hora prevista. Yo me doy cuenta de que quizá he estado abusando de su amistad y que, seguramente, tendrá cosas que hacer, mejor que recorrer cien kilómetros cada noche por el Cairo buscando lugares peculiares que mostrarme.
Tengo que hablar contigo sobre mi viaje, - le digo por teléfono- me gustaría sacar los billetes mañana y necesito saber si puedes venir conmigo, luego hablaremos, si podemos vernos esta noche cerramos este tema y si no puedes, no te preocupes, luego lo hablamos aunque sea por teléfono.
Este día se está complicando, primero la tirantez con Molly en el Museo, luego la conversación con Bisho, que me ha devuelto a la realidad de Egipto, ahora las dificultades para quedar con Karim. Tengo que tomar decisiones, no puedo apartarme del objetivo de mi viaje: el Alto Egipto. 
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Noches de ramadan en las zapaterías de Talaat Harb
Recuerdo que en mi primer viaje a Egipto comencé en Aswan y terminé en Cairo. Siempre recordaré la sensación que me invadió cuando, al salir del aeropuerto, desde la terminal de vuelos domésticos (procedíamos de Luxor), me sumergieron en aquella vorágine que llamaban Cairo. No se me olvida cómo en aquella ocasión, la ciudad me resultó molesta. Acostumbrado a las fotos de las pirámides con su sombra proyectada en un inmenso desierto, nunca antes había tenido conciencia de que aquella ciudad, que yo creía de un tamaño modesto, era en realidad la más importante metrópolis de todo un continente, la ciudad más grande de África, una de las mayores ciudades del Mundo. Se me cayó el alma a los pies cuando, tras tres maravillosos días de quietud e historia faraónica, con nuestro egregio guía Ayman, por todo el Alto Egipto, por el Nilo, nos dejaron caer en una caótica urbe de ruidos, prisas, suciedad y urbanismo desaforado.
Tengo que marcharme de Cairo, pensé, el Egipto que yo amo está río arriba, no tiene que ver con una ciudad que duplica a Madrid y Barcelona juntas, donde 20 millones de personas se debaten, entre la miseria muchos, la pobreza de casi todos y la riqueza de unos pocos. Mi Egipto no tiene ciudades, tiene un río, a sus lados un valle y más allá el desierto. No tiene grandes oficinas oficiales, tiene los más grandes templos de la antigüedad. No tiene cruces ni menguantes, tiene llaves de la vida y escarabajos, y cobras protectoras. Sus dioses son antropomorfos de cuello abajo, pero sus cabezas son zoomórficas, nadie les rinde culto, sus sacerdotes murieron, hace siglos que, quizá, se reunieron eternamente con sus dioses.
TENGO QUE SALIR DE CAIRO, pero Cairo también es Egipto, ¿acaso los faraones no son reyes del Alto y el Bajo Egipto? ¿Es que no portan orgullosos la doble corona? La corona blanca y la corona roja. Y Karim, Bisho, Molly, Shrefali, Yasser, Mahdi, Mohamed, ¿acaso ellos no son Egipto?
Volveré a Cairo, pero para volver primero tengo que partir, me iré a Alto Egipto y, después, volveré a Cairo, ahora que he conocido sus entrañas la ciudad se me presenta distinta, pero no puedo dejar que me absorba, no puedo entregarme a ella hasta terminar como los detritus que observé en la Mocattam. Sólo, que en realidad es como uno está siempre en los momentos definitivos en la vida, sólo, que es como vine a Egipto, sólo, que es mucho más que estar acompañado porque es estar conmigo mismo, es como iré a Alto Egipto.
Igual que he conocido a tantos amigos en Cairo, podré conocer nuevos amigos en Alto Egipto, pero no negaré que me agradaría que Karim viniera, que me agradaría que Bisho viniera, especialmente tras la conversación de esta tarde.



Yasser y Karim en una foto tomada en Alejandría

En esto pensamientos estaba, paseando por Talaat Harb Street cuando oigo mi nombre, “Antonio, Antonio” con los ojos ávidos y aguzando los oídos, busco entre la multitud la persona que me está llamando.  No es posible, ¿quién me va a conocer en mitad del bullicio de aquella ciudad? A más de tres mil kilómetros de mi casa, ¿quién me está llamando?
Lo veo y no puedo creerlo, es Yasser, lo conocí dos noches antes, vive a más de una hora de allí, me lo encuentro en una megalourbe en la que, cuando quedas con alguien tienes que llamarlo para concretar el lugar exacto en el que vas a encontrarte, en una calle que puede albergar en ese momento más de 10.000 almas. Me da la mano y esta vez soy yo el egipcio, me adelanto a darle los besos de rigor, pero a los besos siguen los abrazos. No me lo puedo creer -le digo- esto no está pasando, esto no puede pasar, es imposible. El sonríe y cuando le pregunto qué hace allí me explica que tiene un amigo que vive cerca y como ha quedado con él más tarde, ha aprovechado para hacer unas compras en Talaat Harb Mall, que suele ir a City Stars Mall, un centro comercial en Heliópolis, mucho más grande que aquél, pero la casualidad ha hecho que coincidamos.
Yo ya sé que la casualidad no existe y comprendo que este encuentro tiene que tener alguna razón, una razón que se nos escapa, pero que no se puede atribuir al azar y que me niego a conceder al destino. Confiar en el azar sería tanto como reconocer que nada valemos porque fue el azar el que ordenó los átomos y moléculas que luego han dado lugar a la humanidad. Asignárselo al destino es tanto como reconocer que nuestra vida es capricho de un dios que nos niega el libre albedrío.
La casualidad no existe, lo que existe es la causalidad, pero aunque conocemos los efectos, ignoramos las causas.
Sea como fuere, Yasser puede observar la sinceridad del caluroso saludo que le dispenso y me invita, como no puede ser de otro modo, a tomar un té y charlar un rato. Yo creo que él está tan sorprendido como yo y me ofrece su brazo y como amigos se lo acepto y nos tomamos ese té que no es más que una excusa para indagar en nuestras vidas respectivas.
De la conversación, que en mi recuerdo mezclo con la primera y única que habíamos tenido dos días antes, recibo información sobre su profesión y su familia, me dice que en dos días partiría para el Líbano y que sería difícil que nos volviéramos a ver, pero quién sabe, si vuelvo por Cairo, por mediación de Karim conservaríamos el contacto.
Me pregunta por mis planes y se los cuento, le digo que me gustaría ir acompañado pero que, en cualquier caso mi decisión es firme y que pronto iré a Luxor y Aswan. Que se lo he comentado a Karim pero no sabía si podría venir conmigo. Hablamos de Karim y, aunque no necesito sus palabras para tener la mejor de las opiniones sobre él, me agrada  oírlo de quien lo conoce mucho mejor que yo. En un mundo en el que destacamos más los defectos de nuestros amigos que sus virtudes, me alegra escuchar a Yasser hablar de Karim.
Yasser es médico/farmacéutico y una cosa lleva a otra y termino comentándole algunas peculiaridades de mi salud, él lo toma muy en serio, debo cuidarme, aunque tampoco son cosas de importancia.
Le pregunto por una marca que aprecio en su frente, es como un lunar, el suyo es considerable pero algunas personas llevaban verdaderas vejigas amoratadas. Me contesta que al ser ramadán pasan muchas horas en oración y que esas señales se producen por la forma de rezar, al apoyar la frente en el suelo durante mucho tiempo.
Estar con un medico no me ha impedido fumar a mi antojo pero no me he atrevido a pedir una shisha, no obstante, los cigarrillos han sido suficientes como para ganarme una regañina de este médico particular.
Con los mejores deseos, nos despedimos, no sin antes gastarle una broma a Karim, lo llamamos desde mi móvil pero es Yasser quien le habla. Tampoco Karim puede creer que nos hayamos encontrado, pero la voz es de Yasser y el teléfono mío. Le comenta sus dificultades para venir a Cairo, pero quedamos en que, si es posible, nos llamaremos sobre las dos de la mañana para ir a cenar juntos. Karim no pudo venir esa noche, cuando volví a Cairo, Yasser estaba ya en Líbano, nunca más lo he vuelto a ver, pero cuando leo las noticias o las veo en la televisión y un nuevo ataque israelí se produce en Líbano o un atentado siega vidas en Beirut, me viene a la mente el recuerdo de aquél médico que me encontró en una populosa calle en el centro de Cairo y me brindó su amistad incondicionalmente.
Esa noche no vino Karim, pagué 15 libras egipcias por una cena en local en una gran avenida, una manzana más al norte de mi hotel y pude descansar un poco tras preparar mi equipaje, a la mañana siguiente sacaría uno o dos billetes de tren, y esa noche, o al día siguiente, partiría para Alto Egipto. Todavía no he visto las pirámides, acomodado en la amistad olvido los motivos de mi viaje, necesito reflexionar sobre todo lo que estoy viviendo, el encuentro con Yasser me ha llenado de confianza, pero la casualidad no existe.

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