E-08 Museo de Antigüedades Egipcias de El Cairo

Hoy es lunes, día 2 de octubre, me acosté tarde, como siempre, pero he conseguido dormir casi cuatro horas y media. Me ha despertado un mensaje de móvil en el que Bisho me informa que está en el Museo Egipcio y que me espera en la puerta principal a las 11 y media.
Me levanto todo lo rápido que puedo, falta menos de una hora para esa cita y tengo que ducharme y desayunar, no quiero pasar el hambre del día anterior. Ya he aprendido que si voy con egipcios debo llevar pantalón largo, solo tengo unos vaqueros así que me tocará pasar algo de calor. El Museo dista 10 minutos de mi hotel, pero son más de las 11 de la mañana y se va notando el sol de Cairo. La cámara, para qué, no puedo usarla dentro. Estoy cerca de la puerta principal pero la policía no me deja pasar, quieren saber a dónde voy y solo se me ocurre preguntarles "Main door?" Se dan cuenta que soy turista y me dan paso. Estoy en la reja de entrada, pero no sé donde está Bisho, voy mirando y por fin lo veo, junto a Molly, haciéndome señas. Compro la entrada (ya sabéis, las famosas 40 libras, unos 6 euros) y me dirijo a saludar por segunda vez en mi vida al rey Tut y familia. (Aquí no está la momia de Tut, pero cualquiera de sus representaciones terrenales sirve para que su Ka se una a su Ba, así que con un poco de fe, estaré viendo realmente al Faraón).

Fachada y entrada principal del Museo de Antigúedades Egipcias
Nada más llegar al jardín de la fachada del museo comienzan los besos de rigor con Bisho, Molly no es tan afectiva (que pena) pero también me da dos besos. Van a mostrarme el Museo Egipcio y comienzan comentándome la fachada, con esculturas en estilo neo helénico, quieren hacerme el recorrido que se haría a un grupo turístico.
Por supuesto su ritmo es distinto al mío, son egipcios y en el país de la eternidad el tiempo es una variable sin importancia, pero yo soy occidental y aquí las horas tienen 60 minutos y los minutos 60 segundos. Internamente tengo un debate entre las dos culturas y opto por algo intermedio, así se lo hago saber.
Lo primero que les explico es que me gusta más lo de dentro que lo de fuera, pero no obstante, ya que me lo están explicando, igual les interesaría saber lo que pone la inscripción del frontispicio. Está en latín y ninguno de los dos sabe lo que dice. Así que comencé a traducirles la inscripción en la que se cuenta algo así como que un sultán fue quien dedicó este edificio a albergar los monumentos de tiempos antiguos y la fecha en que se hizo.
Molly me mira con cara rara y me doy cuenta de que me he pasado, así que le explico que ellos saben leer jeroglíficos y yo sé latín, sin más pretensiones, justito para leer una lápida pequeña o una inscripción de fachada.
Nada más entrar al museo me invitan a ver la copia de la piedra de Roseta, pero rehúso porque ya he visto la original en Londres, me acompañan a ver a Amenophis III y la reina Tiya, vuelvo a meter la pata adelantándome a su explicación. Cuando me enseñan a la diosa Hathor pregunto si la habían traído de Dendera, donde se encuentra el templo más importante de columnas hathóricas. Debería cerrar la boca, pero en aquellas salas estoy a mi aire, exultante, supongo que incluso ridículo, pero no me puedo contener. Hatsepsut oferente, claro de Deir el Bahari, Amenofis IV, ah, ya, Ajenatón, en Tell el Amarna. Cabeza inacabada de Nefertiti, qué bien, pero la famosa es la que vi en el Museo Egipcio de Berlín. Kefrén en diorita verde, claro, el que sale en los billetes de 10 libras, el de la famosa pirámide. No está la máscara de Psusenes, claro, hace pocos meses la vi en Madrid. Bueno, así pasé un rato, con los escribas, los sarcófagos, en fin, dando un poco la nota.

Sala principal del museo presidida por Amenhotep III y la reina Tiya

Bisho se muestra divertido y me va diciendo "Bien, buen chico" y ante cada nueva pieza me interroga, pero Molly me pregunta que para qué he ido al Museo si me conozco todas las piezas importantes.
Bueno, le digo, el que conozca una docena de piezas más o menos famosas no significa nada, además disfruto mucho viéndolas y con vuestra compañía todavía más. Ella me mira como arrepentida de lo que me ha dicho, yo tengo que disculparme y así lo hago: Molly, no he querido ser pretencioso, tu eres la experta, pero las cosas que hay aquí son mi mayor afición, perdóname si me dejo llevar por el entusiasmo cada vez que reconozco una pieza, pero aprecio mucho lo que estás haciendo por mí.


Jafre (Kefrén) en diorita verde protegido por Horus

Ella quiere disculparse pero no la dejo, aprovecho para preguntarle dónde se encuentra la estatuilla de Keops, muy resuelta, reconciliándose con su "turista" me lo indica y me acompaña. Era fácil de encontrar porque hay una buena cola de gente esperando a verla, atendiendo al que supongo es el guía de su grupo. Un guía para más de 20 personas, yo tengo dos guías para mí solo y, encima, casi me escapo de ellos.
Le pregunto a Molly por la diferencia entre Hathor y Apis, por los nomos de las tres triadas de Micerinos, por la denominada Estela de Israel, clara muestra de que Israel nunca fue un estado independiente (y estos son cristianos, que si llegan a ser musulmanes no sé lo que me habrían dicho).
Todavía no hemos subido a ver al Sr. Tut, pero es que estoy disfrutando mucho, así que mientras ellos no tengan prisa, yo tampoco.


Triada de Menkaure (Micerinos)
Molly y Bisho me piden disculpas, van a acercarse a hablar con una señora que está en una sala estudiando una pieza, es una catedrática que les dio clase durante el año pasado, aunque no sé de qué hablan, Bisho me pide que me acerque y me la presenta. La saludo y, aunque luego supe que era musulmana, al no ir cubierta tuve mis dudas, pero finalmente le digo que es una mujer muy bella por lo que entiendo que esté en el museo y paso a alabar la profesionalidad de mis dos guías, que supongo le debo a ella, cuando menos, en parte. Me explica someramente el trabajo de investigación que está realizando, respecto de unos jeroglíficos que aparecen en una estatua y que, probablemente, contienen modificaciones respecto del verdadero titular, por lo que es probable que la estatua fuera de otro faraón y la usurparan con posterioridad.
A estas alturas ya estoy esperando que en cualquier momento aparezca por ahí un señor con sombrero indiana, el señor Zahi Hawass, pero no aparece (tampoco es santo de mi devoción).

La conversación con la catedrática es sencillamente deliciosa, hablamos sobre arte, yo reconozco que carezco de conocimientos para poder disfrutar de verdad todo lo que veo, la antigüedad occidental me resulta más conocida pero respecto a Egipto es más una delectación visual, estética mezclada con exotismo e historia que un verdadero conocimiento de los estilos y períodos del arte egipcio. Ella me dice, supongo que compadecida ante mi ignorancia, que lo importante es el sentimiento que la obra de arte despierta en quien la contempla. Yo le agradezco sus palabras pero considero que se puede disfrutar más cuando se conoce mejor.

Bisho y yo nos despedimos de la doctora mientras Molly permanece con ella y promete reunirse con nosotros en la planta alta. Allí está todo el tesoro funerario de Tutanjamón y por segunda vez en mi vida puedo disfrutar de aquella visión directa. Bisho me hace algun comentario, atiende mis preguntas y, cuando ya no tengo nada más que preguntar me deja solo, para que yo disfrute.


Máscara funeraria de Tut Ankh Amon



Bisho me ha comprendido siempre mucho mejor que Molly, sin embargo ella será mejor guía, tiene dotes de mando, sabe afrontar el trabajo con un grupo, tiene mucho carácter. Bisho es un enamorado del arte, su personalidad es más sensitiva, Molly es más telúrica, más física. Bisho se ha dado cuenta de que estoy en un momento importante para mí y casi con religiosidad, me permite disfrutar de la contemplación mística de aquel faraón fallecido casi al inicio de su juventud.

Salgo de la sala con el rostro mudado, me despido del Faraón consciente de mi privilegio y, en aquella máscara funeraria, en aquellos ojos rodeados de lapislázuli reconozco los de mis nuevos amigos egipcios y, un poco, también me reconozco a mí mismo, con la pasión que Egipto despierta desde hace tantos años en mi vida.

Qué más quieres ver? me pregunta Bisho, la respuesta rápida le hace reír, quiero ver vasos cánopos, ya he visto muchos, pero quiero ver más. En ellos se depositaban las vísceras que se extraían del cuerpo en el proceso de momificación y bajo la protección de cuatro dioses reposarían para la eternidad. Los hay más o menos toscos, pero algunos, en un blanco mármol y en alabastro son de una perfección minuciosa que llega a embargarte.
Cuatro vasos canópicos más por esta vitrina, algunos sarcófagos del período helénico, del romano, comienzan a apreciarse símbolos cristianos en un sincretismo religioso que me transporta a los inicios de nuestra era. Bueno, ya hemos terminado este viaje en el tiempo, ya está bien. La historia del cristianismo bien podría continuar en Egipto pero esa parte ya la hicimos en el barrio copto, con la capilla de la Sagrada Familia y todo lo demás, ahora es tiempo de ir a comer, el calor en el Museo es considerable y mis guías merecen su descanso.
Nos vamos a comer y repetimos la historia del día anterior, por supuesto no me dejan pagar pero, esta vez sí comemos, vamos a un lugar de comida rápida egipcia y allí todo el mundo toma agua de un grifo, en vasos de plástico que tú mismo limpias antes de beber.
Yo no puedo beber agua del grifo, prefiero no correr riesgos, así que pregunto por las bebidas, en englishpcio consigo que me cobren las pepsis y esta vez he sido más rápido y me permiten pagar la bebida.
Al terminar Molly parte para casa, Bisho queda conmigo y nos vamos a un lugar, muy occidental, donde poder tomar unos cafés muy elaborados, pero yo tomaré té, como siempre, esta vez con unos brownies de chocolate que le gustaron más a mi delgado acompañante. El lugar, frente a la Universidad Americana, se llama The Potery.
Una conversación muy intensa, sobre la vida y el amor, en la que Bisho reconoce su relación con Molly pero se queja de las limitaciones que la vida en Egipto le suponen para poder formar una familia, presionado por un lado por la edad, (es muy joven en mi opinión, pero su sociedad es distinta) teniendo que buscarse la vida como guía turístico, temeroso de contraer obligaciones en su país que le impidan alcanzar un objetivo que ronda por su cabeza: vivir en Francia o en Alemania.
Aunque su francés es bastante mediocre, o sea, como el mío, su alemán es muy bueno, su inglés perfecto, así que ha trabajado conduciendo algunos grupos de alemanes y angloparlantes y, en mi opinión, se ha quedado algo deslumbrado por el brillo de las sociedades occidentales, con democracias formales y opulencia económica.
Al principio le discuto un poco, no todo es tan bonito en Europa, todo es caro y se trabaja demasiado (por lo menos algunos lo hacemos). Pero él, con su superioridad en la lengua inglesa y con sus sentidos argumentos me plantea un escenario en el que vive aprisionado y me tengo que callar. Bisho es víctima del contacto con turistas occidentales que alegremente ofrecen una visión idílica de nuestra sociedad a quienes ni siquiera pueden obtener, muchas veces, ni un visado para realizar un curso de idiomas con el que poder ganarse la vida en su propio país de origen. Contrariamente a Molly, que tiene los pies en el suelo, Bisho quiere hablarle de arte a personas que, verdadera y lamentablemente, están en Egipto tan sólo para ver si las pirámides son tan grandes como en la tele, si lo de la danza del vientre tiene algún truco y si hay un crucero de esos de todo incluido con bebidas; en el mejor de los casos, gentes que somos incapaces de situar el arte amarniense o el primer período intermedio, que creemos que en Alejandría estará la pirámide de Cleopatra y que pensamos que lo de Alejando Magno fue mucho más tarde que el Imperio Romano, que le damos el mismo valor a una tarde en un zoco que a una mañana en el templo de Edfú. 
Entristecidos salimos de aquel local hasta el día siguiente en que me acompañarán a sacar los billetes de tren para proseguir mi viaje a Alto Egipto.

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