En la meseta de Gizeh |
Hoy es 3 de octubre y la pasada noche ha
sido la primera en la que no he podido quedar con Karim. Con el tiempo me daré
cuenta de la gran conexión que había entre nosotros, pero en ese momento me
pareció muy normal pasar aquella noche solo y, además, eso era lo que,
probablemente, pasaría en el futuro.
Pero esta mañana, he quedado con Molly y
con Bisho, mis dos guías, esta pareja de cristianos que, aunque lo nieguen,
algún día se casarán, sólo espero poder asistir a esa boda, supongo que ella
estará preciosa si algún día dan ese paso.
Aunque son cristianos, me contó Bisho,
que en lo referente al matrimonio no hay mucha diferencia con los musulmanes.
Ellos son vecinos, han estudiado juntos, primero en clases separadas, después
en la misma carrera, siempre han ido juntos como amigos. Si fueran novios
tendrían que dejar de verse o, lo que es peor, puesto que él no tiene nada en
la vida, probablemente concertarían el matrimonio de ella con alguien mayor,
que ya tenga cierta situación económica. Todo se estropearía, así que, ¿qué
puede hacer?
Me encuentro con ellos en Tahrir Square
y de allí partimos en un taxi para Guiza, por fin voy a ver las pirámides, será
mi segunda ocasión tocando aquellos bloques de piedra que aguardan desde hace más
de cuatro mil años, como escalera para que su Faraón pueda unirse con sus
dioses.
No me extenderé, porque la visita a Guiza
la hace todo aquel que visita Egipto, pero si la primera vez me pareció que las
pirámides ganaban de lejos y que, de cerca, no eran tan solemnes, en esta
ocasión se me mostraron altivas, inmensas, trascendentes. Supongo que en la
primera ocasión viví con gran contrariedad las diferencias entre el Alto Egipto
que me es tan amado y el Bajo Egipto que me resultó tan sórdido.
Afortunadamente la vida me ha dado una segunda oportunidad, para reconciliarme
con Cairo, con las pirámides y conmigo mismo.
El sombrero de la pirámide de Kefren |
En todo caso diré que si bien en esta
ocasión no hubo panorámicas y que el viaje era privado, disfruté mucho, aunque
muy acalorado por la hora, de la contemplación de las tres hermanas.
De vuelta a Cairo decidí ir a la
estación Ramsés y aprovechar la compañía de Bisho y Molly para obtener mis
billetes para viajar. Pero tenía un problema, no sabía si Karim vendría conmigo
o no.
La conversación, por teléfono, no fue
demasiado esclarecedora, Karim me dice que no sabe qué hacer, le pregunto si
tiene algún motivo familiar o personal para no venir conmigo, me contesta que
no. Entonces ¿cuál es el problema? Me dice que él es estudiante y que no tiene
dinero para un viaje como ese.
Me echo a reír, le explico que no
necesita dinero, que lo que tiene que hacer es venir para ganar dinero porque
yo pensaba hacer el viaje contratando a uno o varios guías, según lo que
pudiera encontrar y que me ahorraría mucho dinero si él decidiera venir
conmigo.
Me dice que haga lo que yo quiera, e
intenta que yo dilate mi decisión de ir a Alto Egipto hasta que podamos hablar.
Le digo que haré lo que considere y que luego hablaremos.
Todo Cairo se extiende al este de las pirámides que estan rodeadas de edificios, salvo por el oeste |
Bisho no se lo puede creer, se
avergüenza de su país, se enfada, cómo es posible que en Egipto haya que pagar
el sleeping train en dólares! Esto es mucho dinero para ir en tren, ¿por qué no
vemos aviones para Luxor o Aswan?
No Bisho, le digo, vamos a preguntar por
el Spanish Train. Así se llaman los trenes diurnos, se extraña de que me sepa
el nombre, le contesto que si son trenes españoles es normal que los conozca.
Se ríe, me dice que se le había olvidado
que yo lo conocía todo en Egipto, supongo que me está devolviendo con sorna la
mala pasada que ayer le hice a Molly en el Museo Egipcio. Aprecio su ironía y
se la alabo, me gusta una persona que, sin maldad, es capaz de aguardar
fríamente el momento de la venganza dialéctica, este Bisho cada vez me cae
mejor, qué pena no haber podido contar con él en el viaje.
El tren diurno, en primera clase, con
aire acondicionado, me cuesta de Cairo a Luxor poco más de 11 euros, sale poco
después de las 7 y media de la mañana.
Todas las ideas se me vienen a la cabeza
de repente, sacaré los billetes para Karim y para mi, saldré al día siguiente,
de todos modos ya tenía que pagar la noche de hotel de este día, y si él no
puede venir la pérdida será inferior a 12 euros. Además tengo serios problemas
para viajar de noche, sé que no voy a dormir, de este modo viajaré de día, casi
todo el trayecto junto al Nilo. Por último, pero importante para mí en ese
momento, puedo pagar en libras egipcias.
Como lo pensé lo hice y salí de la
estación con mis dos billetes. Ahora me toca hablar con Karim, pero en
cualquier caso, mañana estaré en Luxor sobre las 6 de la tarde.
Molly y Bisho me recomiendan un hotel en
Luxor y me dan algún que otro consejo, todo lo que me dijeron me vino bien.
Terminada la gestión, la hora de comer
se acerca y volvemos a Tahrir en metro, esta vez sí consigo sacar los billetes,
no hay tanta gente como el otro día porque es más temprano. Me despido de
Molly, no sé si volveré a verla y Bisho me acompaña hacia mi hotel, subo a
dejar los billetes y cambiarme, hace calor, bajo para comer con mi amigo en una
especie de restaurante. Esta vez pago yo, se lo pido sabiendo que quizá sea la
última vez que lo vea, no sé cómo será mi viaje, cuando volveré y si él estará
en Cairo a mi regreso. Durante la comida ha desvelado un poco más sus anhelos
más íntimos, ese enfado que tiene con las limitaciones que su país le impone,
la conversación se torna más política, en mi opinión casi peligrosa, dice que
está harto y que le da igual que lo oigan y, cuando la rabia comienza a
manifestarse irisando sus ojos, cambio rápidamente de tema. Creo que me
agradece que no lo haya dejado manifestar su dolor, un dolor profundo, de tal
magnitud que no sé cómo cabe en un cuerpo tan escuálido, tan débil, tan
pequeño. Nadie diría por su aspecto que este hombre sea, por dentro, tan
grande, que le quepa tanto dolor, tanta pena, tanto sufrimiento… y yo, de
vacaciones.
Terminamos con los dos besos de rigor y
un gran abrazo, le expreso mi agradecimiento, le pido que se sincere con Molly
y que la cuide, que ella lo quiere mucho, eso era evidente, al menos para mí, y
que se confíe en ella. Que sea feliz.
El me dice, aunque no lo creo, que así
lo hará.
Se marcha rumbo a la estación de metro y
yo lo hago hacia mi hotel. Me vuelvo, no sé por qué, pero quiero verlo, quizá
por última vez; ya está algo lejos y, ¿casualidad? él también se vuelve. Me
despido con la mano, él me devuelve el gesto y ya seguimos cada uno nuestro
camino. Lo que disfruté con él en el Museo Egipcio, con sus genialidades, sus
ironías en Guiza y Ramses Station ya son historia. Incluso por internet, cuando
lo encuentro en el messenger me sigue asaltando esa sensación de tristeza que
transmite una persona sensible que, consciente de que en esta vida no alcanzará
la felicidad, es incapaz de adaptar su forma de ser y se va autodestruyendo
cada día. ¡Qué pena!
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