Es el momento de comprar una especie de
babuchas, ya que voy a vestir con la galabeya en Alto Egipto, debo buscar un
calzado adecuado, para eso no necesito a nadie, antes de venir ya me aprendí
los números árabes y es muy fácil saber los precios que aparecen en los
escaparates, pero tengo ganas de hablar con Shrefali, además de que su opinión
puede serme de utilidad.
Otra vista desde la terraza |
Salgo a la calle tras el desayuno
musulmán, ya de noche, voy a la famosa esquina y ahí hago una llamada perdida a
Shrefali. Escucho mi nombre en la calle, miro hacia arriba, enfrente, es
Shrefali que me saluda desde la ventana del cibercafé. Me pregunta si voy a subir, le digo que no, que
quiero comprarme calzado, mientras le señalo mis pies, para suplir con imágenes
las dificultades que tiene mi voz para hacerme entender, por ese ruido continuo
del tráfico en Cairo.
Me indica que pronto baja y, cinco
minutos después, se reúne conmigo, nos saludamos, afortunadamente sin besos, le
comento lo que quiero y me pregunta que para qué lo necesito. Le contesto que
para que me acompañe y tomarnos un té.
Durante estos días he visto muchos
escaparates de calzado, la verdad es que casi tengo elegidas las babuchas que
quiero comprarme, pero son un poco caras, casi 5 euros, pero ahora tengo que
probármelas y sólo las compraré si me resultan cómodas.
Me atiende una chica que unos días antes
me había vendido una cartera para el dinero egipcio; al ser los billetes más
largos que los europeos, no tuve más remedio que comprar una billetera y la
compré en esa tienda. No fue buena compra, porque no era de piel, pero me
pareció absurdo gastar más dinero en algo con tan reducida utilidad, aunque
reconozco que me quedé con las ganas de comprar una billetera preciosa y de
calidad que encontré en la misma tienda, me pareció excesivo el precio, unos 12
euros y al inicio, casi, de mi viaje no quería cargarme de gastos y objetos.
La chica no se aclara mucho con lo que
le pedimos, pero un chico, adolescente, que también trabaja en la tienda, acude
en su auxilio, o en el nuestro. Le digo que, entre hombres nos vamos a entender
mejor y él me mira asintiendo, con ese brillo particular que tienen los niños
egipcios en la mirada cuando empatizas con ellos y los tratas como adultos.
Me pruebo las babuchas, me sacan otra
talla y finalmente elijo las que más cómodas me resultan. No podemos hacer
mucho porque la tienda tiene los precios puestos en el escaparate y no son para
turistas sino para egipcios, pero le redondeamos el precio a la baja y aceptan.
No fue un gran ahorro, pero nos da para el té que inmediatamente vamos a
bebernos mi valedor Shrefali y yo.
Le hago saber que me marcharé para Alto
Egipto a la mañana siguiente y que no sé si volveremos a vernos, pero en
cualquier caso le deseo mucha suerte y él hace lo propio conmigo. Cuando nos
despedimos me dice que quiere volver a verme, no le aseguro que lo vayamos a
hacer, no sé si cuando vuelva a Cairo me alojaré en el mismo hostal o me iré a
un hotel, me insiste en que, cuando vuelva a Cairo, en este viaje, o en otro
viaje, no deje de llamarlo y encontrarme con él, que él comprará para mí y así
me ahorraré dinero en los regalos. Pago la cuenta y nos vamos, él a su esquina,
yo a mi hotel, a esperar a Karim, que debe estar al llegar. Cuando llego, el
recepcionista ve las babuchas y, tras una breve conversación, me pide las
sandalias viejas que llevo puestas, porque le parecen cómodas para estar en
recepción. Inmediatamente me las quito, se las doy y me pongo las nuevas. Quizá
era una broma, pero ante mi determinación se las prueba, le gustan y se las
queda puestas. Le abono la cuenta y le doy la propina que, en realidad se
merecen por la ayuda que me han ido prestando. No sé cuando volveré ni si
volveré pero si lo hago, los llamaré antes para que me reserven la misma
habitación.
Curiosa habitacion
|
Ya son más de las ocho cuando recibo el
mensaje en mi móvil en el que Karim me anuncia su inminente llegada y me pide
que lo espere en la terraza de mi hotel. Así lo hago y aguardo su llegada,
mientras me despido de Cairo y de la peculiar vista de Talaat Harb que he
tenido cada mañana mientras desayunaba.
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