E-01 Vuelta a Egipto


Visité Egipto por primera vez en mayo de 2005, un viaje organizado, al uso. Lo que allí descubrí me obligó a volver, a encontrarme en esa tierra sin ataduras, sin guías, sin programas. 


En septiembre de 2006 regresé a Egipto, esta es la crónica de ese viaje.


Partí de Madrid, con Iberia y el vuelo fue genial, en parte por la ilusion de la ida, en parte porque me tocó al final del avión, tres asientos para un chico egipcio y para mí.


A la hora de tomar la cena como es Ramadán Mohamed que es como se llamaba (qué nombre más singular) no puede cenar, el sol todavía luce y más en el avión, así que hablo con él y con la tripulación y llegamos al acuerdo de que los musulmanes recogerían la cena (desayuno para ellos) cuando oscureciera, así lo hicieron casi todos porque algunos prefirieron, al ir de viaje, romper el ayuno y recuperar ese día despues de Ramadán. El caso es que al haber hablado con la tripulación tanto los musulmanes como la tripulación me agradecen que haya intervenido (lo que era innecesario porque al parecer se hacía así en todos los vuelos, pero claro, eso no lo sabían ellos). Como estoy al final, la tripulación me ofrece bebidas calientes, frías e incluso alcohólicas (estas no las tomo), aperitivos, en fin de todo lo que llevan en el avión y al llegar a Cairo me regalan una bolsa de duty free llena de esas mismas cosas. Una vez en el aeropuerto cambio algo de dinero, pago mi visado y recojo mi maleta. Como no aparece la persona de mi hostal que venía a recogerme me toca esperar, me siento y Mohamed (mi compañero en el avión) se acerca y me pregunta, le cuento lo que me ocurre y me pide el número del hotel, se lo doy y sin darme tiempo a reaccionar compra una tarjeta de Mena Telephone de 15 libras, llama al hotel y me soluciona el asunto, me dice que tengo que esperar porque se habían confundido con la hora de llegada y que venían por mí. El está esperando a sus padres, pero no se marcha hasta que llega mi taxista. Además me regala la tarjeta de teléfono, sin que mis protestas sirvieran para nada y, por supuesto me da su número de movil para cualquier cosa que pueda necesitar.
La llegada del taxista se produce a las 12 de la noche, pero lo primero que hace es besarme en el brazo. Yo no sé qué hacer, intento que se explique, medio entiendo que está disculpandose por el retraso. Ya tomo su acento en inglés y nos vamos entendiendo mejor: SE HA DEJADO LAS LLAVES DENTRO DEL TAXI.
Durante una hora estamos en el aparcamiento, con la maleta, la bolsa de cosas del avión y el característico olor a combustible de los coches en Cairo, probamos las llaves de todos los taxistas que llevaban modelo similar de coche, intentamos abrir el taxi porque las llaves están a nuestra vista en el contacto, pero no hay nada que hacer. Cuando me descuido el tío éste viene a besarme en el brazo. Bonita bienvenida a Cairo.
Saco ánimos y digo que no pasa nada, llevo levantado desde las 4 de la mañana pero bueno, aguanto el tipo y por fin sube otro taxista con la copia de las llaves. Entro al taxi y,... arrancamos, yo ya me imaginaba que pasaría algo más, pero sin novedad llego a Talaat Harb Street y me acompaña al hotel.



Como decía, cuando llego al Hotel Ramses II en Talaat Harb St., que en realidad es un hostal, no confundir con el Ramses Hilton, me encuentro que el ascensor no tiene doble puerta y que aquella entrada está muy sucia (luego comprobé que no estaba tan sucia,  según con qué se compare). Me dan una habitación con cuatro camas, porque yo había reservado una con baño y cama matrimonial. Les explico que quería una habitación grande, pero no cuatro camas y me dicen que la tienen ocupada, pero al día siguiente podrán cambiarme. Me parece bien y deshago algo de equipaje, pero me voy a la calle.


No se lo creían, recien llegado y me voy a la calle, pero es que estaba llena de gente, era Ramadán y todo el mundo estaba paseando, las tiendas abiertas, en fin, una algarabía increible. Dicho y hecho, tomando nota de donde estoy y con una tarjeta del hotel para volver por si me pierdo me sumerjo en la noche cairota. Ahora podría ir allí con los ojos cerrados.


Me doy una vuelta, estoy muy cansado, son más de las dos de la mañana, pero no me puedo perder aquello, así que me meto con la gente por allí. Me tomo un helado, como hacía mucha gente, y ya, cansado, me voy a dormir. Me encuentro con un niño que llevaba en la cabeza ocho o nueve pisos de pan que vendía por la calle, llevaba una gran estructura de palos de madera muy finos y allí el pan, le doy una libra y cojo uno. Por lo visto le pagué de más, pero no llevaba ni billetes más pequeños ni tenía ganas de más pan, era solo el gusto de comprarselo, él se fue tan contento y yo tambien con mi pan. En recepción me ven con el pan y se echan a reir, son las tres de la mañana, les cuento lo que me había pasado y me despido hasta la mañana siguiente.







No hay comentarios:

Publicar un comentario