E-12 Karim, el generoso.

Algunos minutos pasan de las ocho de la noche cuando aparece, con su sonrisa extendida mi amigo Karím (Karim o Kareem en inglés), en la terraza del hostal en el que llevo unos minutos esperándolo. Un saludo de rigor, sentido de verdad porque ya hace casi dos días que no lo veo.

Intenta disculparse porque ayer no pudo venir, yo le digo “friends don’t apologize” y no le dejo continuar, ni tenía ninguna obligación ni me he quedado tirado, he estado con él mucho más tiempo de lo que pudiera imaginarme, he ido con él por todo Cairo, ¿qué tengo que disculpar?

Karim "el generoso"

Lo primero que hago es comentarle, ya en persona, que cuando me encontré con Yasser no me lo podía creer y que tuvimos una conversación muy agradable. Karím había hablado ese mismo día con Yasser, pero no había quedado en verlo porque tenía que prepararse el equipaje para ir a Líbano y despedirse de su familia.

Salimos del hostal en dirección a algún lugar cercano para cenar, esta vez soy yo quien lo lleva a uno de esos lugares de comida rápida egipcia, porque ya imagino que al final de la noche iremos al Pizza Hut y yo quiero comer algo ya, antes de que sea más tarde; mientras, por el camino le voy comentando que ya tengo los billetes y que al día siguiente a las 7:40 de la mañana sale el tren con destino a Luxor. Esta puede ser nuestra última jornada juntos, o el principio de un periplo como viajeros por el Alto Egipto.

De eso me quería hablar. Yo ya lo sabía, a ver qué me dice ahora este buen hombre. Habibi -me dice- yo tengo un problema con el viaje. Yo estoy temiendo que no pueda venir, por un lado me he hecho a la idea de que vendrá, por otro lado he estado preparando este viaje para hacerlo solo durante mucho tiempo, en cualquier caso habrá que tomar las cosas conforme vengan.

Me cuenta que se siente avergonzado, que él ha intentado durante todos estos días que hemos estado en Cairo que yo disfrutara, que viera cosas que normalmente no ven los turistas, tal y como yo le había dicho que quería hacer. Que no puede venirse de viaje porque es estudiante y no tiene dinero. Aunque había trabajado durante el verano, el dinero que ganó lo tiene guardado para la Universidad, para los desplazamientos y otros gastos, ya que desde que quedó huérfano, la matrícula se la pagan sus tíos, y su madre le da algún dinero, comida y ropa, pero los demás gastos los tiene que cubrir él, con lo que ha ahorrado en verano y con trabajillos que va haciendo conforme puede. Que todo el dinero que tenía para él se lo ha gastado estos días y que no le queda nada. El no puede hacer un viaje como el que yo le propongo porque le quedan 100$ estadounidenses y los necesita para sus primeros gastos.

Lo peor de todo es la manera en que me lo dice, parece que estuviera confesando un crimen, el rostro mudado, la mirada esquiva, la cabeza agachada, verdaderamente está pasando un mal momento. Aparte del dinero –le digo- ¿tienes algún otro problema? Entonces me dice que él no ha estado nunca en Alto Egipto y no puede serme de ayuda, porque no conoce nada.

Karím, -le digo- si tienes cosas que hacer, si no puedes estar fuera de casa tantos días, si de verdad hay algún motivo para que no vengas, o si simplemente no quieres venir, eres muy libre de hacer como te plazca, pero si la única razón para que no vengas es que no tienes dinero, como te dije ayer por teléfono, estás muy equivocado, porque me cuesta lo mismo una habitación de hotel doble que una sencilla, me he ahorrado muchos euros al tomar el tren diurno en vez de tomar el sleeping train y cuando voy a comer yo solo, la comida me cuesta más que cuando la has pagado tú para los dos. Si no vienes conmigo porque no admites que yo pague tus gastos durante el viaje, lo que pasa es que no me consideras tu amigo. Esto le sentó muy mal, porque el orgullo es uno de sus ¿defectos? ¿virtudes? ¿características? Sí soy tu amigo, me dice, por eso no puedo ir, porque tendrías que gastar dinero. Entonces –le argumento- tú eres mi amigo pero yo no puedo serlo tuyo, porque no me has dejado pagar ninguna cena, ningún café, ningún taxi en todo el tiempo que hemos estado juntos. Me contesta que no, que lo que ha hecho es para que yo estuviera feliz, que pensaba que yo seguiría mi viaje con mi amigo cristiano y que ya no tiene dinero.

Le pregunto a qué distancia vive de Cairo y me contesta que a 50 kilómetros, que ya me lo había dicho. Le pregunto cuánto se tarda en taxi desde su casa a Cairo y me dice que una media hora, según esté el tráfico, que para qué quiero saberlo. Le digo que cómo es posible que siempre tarde dos horas en venir desde que me dice que sale hasta que llega; aunque yo sé la respuesta, me lo confirma: porque viene en autobús. Le pregunté cual era la verdadera razón por la que no había venido la noche anterior y me confesó que no vino porque no tenía dinero.

Este es Karím, un egipcio de 19 años, que me está invitando varios días a cenar, que gasta entre 40 y 60 libras cada noche en invitarme a tomar helados, shisha y té, y que, en lugar de permitirme invitarlo y pagar las 15 o 20 libras que le supone un taxi para ir a su casa a las 5 o 6 de la mañana, va y viene tomando microbuses de 50 piastras y autobuses de 10 piastras.

Sé que eres mi amigo, le digo, y por eso quiero que vengas conmigo, si puedes, a Alto Egipto, además ya he comprado tu billete, que es lo más caro (él no sabía lo que me había costado, pero si sabía que tenía el billete comprado). Le expliqué que yo tenía presupuestado mi viaje, que había estado ahorrando y que pensaba llevar un guía, pagar por las excursiones, el barco, en fin, por todo, que en Egipto el negocio es el negocio y que, con él, además de ahorrar dinero, tenía la seguridad de que, en cualquier problema que tuviera, tendría un amigo a mi lado para ayudarme.

Supongo que él sabía que vendría conmigo, yo estaba seguro de que, de no ser así no me habría permitido sacar el billete, pero en un gesto que le honra, pasó el mal trago de explicarme su situación. La cosa no terminó ahí, le tuve que explicar que quien estaba de vacaciones era yo, que yo le pedía que me acompañase, no eran sus vacaciones sino las mías y él venía como mi traductor. Así, en realidad, es como se pagaba su viaje: trabajando. Esto le gustó más.

Lo único que he visto en Egipto más grande que el Nilo y las pirámides es el orgullo de los egipcios.

Creo que presentarle la situación como un trabajo le ayudó a ver las cosas de otro modo, en realidad nadie le regalaba nada, ya que no pude hacer el viaje con un guía turístico, lo haría con un traductor. Al saberse necesario se sintió mejor y volvió a ser el mismo de siempre. Saqué de mi cartera 100 libras y se las di, le dije que necesitaba que estuviera a buena hora en mi hotel para recogerme e ir a la estación de tren, que no se le ocurriera tomar autobuses, que fuera en taxi a su casa y a la mañana siguiente viniera en taxi también.

Terminada la cena consideramos que era mejor no dilatar la noche, al día siguiente nos esperaba un largo viaje, así que fuimos a tomar un zumo, yo con la tranquilidad de ir acompañado por un amigo, él orgulloso, con su nueva misión como traductor.  Al día siguiente nos esperaba el Alto Egipto, estaríamos casi todo el día en el tren y tendríamos muchas horas para conversar, preparar las visitas y organizar el resto del viaje. Teníamos billete de ida, pero no de vuelta, pero no hay problema, todo es fácil en Egipto.   …o no.   

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