E-18 Doctor, déjeme vivir!


Alguien estaba pasando mucha hambre

Salimos del hotel, por fin, y nos dirigimos al restaurante del día anterior, allí yo comenzaría mi comida y él se uniría al final con su desayuno. Mientras llegamos era ya casi la hora de romper el ayuno, así que nos limitamos a pedir la comida y esperar LA VOZ.
Ese día yo vestía la galabeya, Karím la ropa más occidental que se ha visto en Alto Egipto, o por lo menos el peinado más peculiar, no habíamos pedido la carta en ingles y además ambos esperábamos el momento de romper el ayuno. Los camareros ya no sabían quién era el europeo y quien el egipcio, salvo porque uno de los dos hablaba árabe.
Cuando voy a tomar mi té, Karím me pregunta si llevo edulcorante, le digo que sí, y me dice que ha pedido el té sin azúcar, porque es mejor para mi salud. Me extrañó mucho pero tampoco le di mucha importancia. Sí, le dije, mejor con sacarina.

Estuvimos comiendo o desayunando, o lo que fuera aquello, nuestros bocadillos de atún, medio pollo a la brasa, el arroz de rigor, riquísimo (no me cansaré de repetirlo) y algunas cosas más que no puedo recordar o nombrar, porque no sé lo que son.
Ya ha oscurecido y corresponde dar una vuelta por el centro. Recorrimos tiendas probándome galabeyas, porque solo llevaba una y encontramos con mucho esfuerzo una que me estaba razonablemente bien, así que la compramos en 7 euros. Habíamos rechazado una porque nos pedían casi 12 euros, ahora me arrepiento porque era muy buena y de un color precioso, pero fue en la primera tienda en que preguntamos y no sabíamos cómo estaban los precios en Luxor, así que hubo que hacerse el duro. Espero recordar donde estaba la tienda para mi próximo viaje.

Era normal en Cairo tomar un helado entre alguna de nuestras cenas y en Luxor estábamos pasando las horas sin ningún “mico micono”. La temperatura era superior a la de Cairo y apetecía más que nunca tomar un helado, así que le pregunté a Karím si es que no le apetecía. Me dice que si a mí me apetecía estaba bien. Le pregunté por qué no los compró si le apetecían a él. Me dijo que él ya era mayor, que no era un niño y que eso son caprichos de ni
ños pequeños, no podíamos gastar dinero en caprichos porque el viaje costaba mucho dinero. Supongo que también esa vez, pero en algunas otras, tuve que volver a explicarle que el dinero podía ser un problema ante un gasto desmesurado, pero estábamos de vacaciones y yo había ahorrado mucho tiempo para no tener ningún apuro económico, podíamos permitirnos casi cualquier capricho importante, cómo no una minucia como un helado. Además de que todos los gastos normales del viaje estaban cubiertos con lo que yo había presupuestado, le expliqué que tenía dinero de sobra para cualquier imprevisto: un hospital, un vuelo de regreso precipitado hacia España, un robo, en fin, que cesara ya en esa actitud con el dinero, porque no íbamos a tirarlo, pero no estaba de vacaciones en Egipto para ahorrar, eso ya lo había hecho en España durante bastante tiempo para no tener que hacerlo ahora.

Si me entendió o si simplemente pudo más su deseo de comer helado, no lo sé, aunque me lo imagino, el caso es que fuimos a una tienda a comprar los helados porque los que podíamos comprar en la calle no eran los que a él le gustaban.
La compra de los helados es toda una odisea, es fácil que estemos a 35 grados, tampoco mucho más porque son ya las 12 de la noche. En mi ciudad, comprar un helado supone comerlo inmediatamente pero en Luxor primero hay que escogerlo, una tarea sencilla: metes la mano en el congelador, vas separando todos los que están pringosos, rotos, amorfos por haberse derretido con anterioridad y recongelados posteriormente, con forma de marsupial, sucios, y los que quedan, esos son los que te llevas. Una vez escogidos tienes que esperar para poder pagar en caja, salir a la calle y, cuando por fin te los vas a comer te hace falta una cuchara, que no cucharilla, porque en la mano llevas casi una sopa.

En estas y otras cosas se nos fue pasando la noche, hasta que, con el paseo, se nos fue haciendo de nuevo hueco en el estómago y, en un lugar tan remoto y con mi adoración por los dulces (expresión murciana que equivale a pasteles), no pude evitar que los ojos y aún el cuerpo se me fueran hacia uno de esos puestos que hay por las calles rebosantes de repostería. Ante mis ojos cientos o miles de pastelitos se alineaban por formas y colores en una gama de amplio espectro, con más de treinta variedades distintas pero todas igual de apetecibles. Allí estaba yo en el escaparate, mirando los pasteles y a las pasteleras. Si un velo en la cabeza y el recato en el vestir me impidieron degustar, incluso visualmente, a las segundas, mi acompañante fue quien me impidió degustar los primeros.

Karím, -le digo- vamos a comprar unos pasteles, que tengo muchas ganas de probarlos. La la (no, no), tú no puedes comer pasteles, Lé? (¿por qué?) Porque no es bueno para ti -me dice con una seriedad y apostura que no sé de dónde ha sacado con sus 19 años-
¿Pero qué dice este tío? ¿por qué no puedo tomar pasteles? ¿qué es eso de que no son buenos para mi salud? Había una feria con atracciones, mesas dispuestas como en un merendero, luces, fanús de ramadán (los farolillos que ya explique que se colocan en casas y comercios) y allí fuimos a tomar nuestro café y té de medianoche. Le pregunte por qué motivo no podíamos tomar pasteles y como si fuera a darme una lección magistral, con académica solemnidad me mira y dice: Tú eres mi amigo y yo sé que los pasteles y el azúcar no son buenos para ti. Me lo ha dicho Yasser, él es médico y sabe todo eso. Si quieres lo podemos llamar y le preguntas cualquier cosa que quieras saber, él sabe lo que es bueno para ti.
Como me fue reconociendo a lo largo de la conversación, había hablado con su amigo, o nuestro amigo, Yasser y le había preguntado de todo, entiendo que alarmado por mi CPAP, la famosa maquinita para evitar las apneas del sueño. En definitiva, estaba asustado al ver que yo dormía conectado a esa máquina y esa mañana, mientras yo estaba paseando por Luxor, había llamado a Yasser para contárselo todo. Supongo que sentiría curiosidad por saber si lo que yo le había contado era cierto y asustado por que me pudiera suceder algo en el viaje, con las complicaciones que eso le supondría, recibió por teléfono las indicaciones del doctor y, entre los dos, decidieron ponerme a régimen. Pero yo estaba de vacaciones, no estaba dispuesto a que entre el doctor y el enfermero jefe me arruinasen el viaje. Cuando le pregunté por qué comimos helado pero no pasteles, siendo así que ambos tienen parecidos efectos, me contestó con simplicidad: Yasser no me dijo nada de los helados. 

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