E-14 El hotel Winter Palace? Es que el nuestro está detrás.



La estación de tren de Luxor está en obras, eso no significa demasiado, porque la actividad se mantiene por encima de los cascotes y escombros, y entre arena, cemento y piedras tengo que arrastrar mi maleta para salir de aquella maraña de ventanillas provisionales, maleteros desubicados, viajeros somnolientos y transeúntes alborotados. Por fin la calle, aunque su contemplación resulta aún más desmotivadora que la del recinto ferroviario; las aceras, la calzada, acaso algún edificio, están sufriendo unas obras de mayor envergadura que las que acabo de atravesar pero, como queriendo darnos la bienvenida, alguien ha regado las calles y, la arena del desierto, el polvo de la calle, la tierra levantada, al contacto con el agua han formado un lodazal en el que vamos sucumbiendo conforme nos dirigimos al centro de la población. El barro, de consistencia casi líquida, nos salpica al ser alzado por las ruedas de la maleta y se adhiere a su fondo, y a nuestros pantalones, a mi galabeya, que recojo con la mano que tengo libre, mientras, hundidos los pies en el lodo, estiro con fuerza de mi equipaje, para que no lo engulla aquel mortero sin fraguar, que nos rodea y acompaña.

Conforme nos adentramos en la calle, buscando en su centro el único resquicio de consistencia y sequedad, nos rodean vehículos de toda clase que, con sus cabriolas, nos acercan, incluso al rostro, la inmortal y eterna tierra de Egipto, esa misma arenisca que un día estuvo unida a lo que luego fueron grandes colosos o pilonos con los que los escultores cantaron la gloria de los faraones.

Nos ofrecen hoteles, taxis, transportes variados, botellas de agua, comidas más o menos elaboradas, frutas, pan, todo salpicado de aquel barrillo que ya nos tenía atorado el cuerpo y amenazaba con cubrir nuestro espíritu. Una lección práctica sobre la conservación de los monumentos de tiempos faraónicos enterrados bajo las arenas del desierto.
Era el momento de inquirir de los nativos el nombre de un hotel en el que alojarnos y pronto dimos con uno de estos establecimientos, bien situado, cercano a la estación y, creíamos, también al centro del pueblo; pero las habitaciones de un tercer piso sin ascensor, un aseo reducido, con una minúscula ducha y un olor desagradable pesaron más en mi decisión que el magnífico precio que nos ofrecían. Ciertamente el hotel estaba bien, al olor podía acostumbrarme, pero la decisión estaba tomada. Saqué mi libreta de viaje y busqué el hotel que me recomendó Bisho cuando estuve con él en Cairo: hotel New Pola. Le dije a Karím que había terminado nuestra búsqueda, que tomáramos un taxi porque, al menos esa noche, dormiríamos en el hotel cuyo nombre le enseñaba para que pudiera preguntar por él.

Pocos minutos después descendíamos de un taxi y entrábamos en la que sería nuestra casa durante cuatro noches, la habitación doble a 30 euros con desayuno cristiano o cena musulmana, todo limpio, todo agradable, todo amabilidad, buen aire acondicionado y una buena piscina en la terraza. En principio queríamos pasar esa noche, ya veríamos lo que hacíamos en adelante, porque mi idea era tomar un barco hacia Aswan y según las posibilidades, así haríamos.
El hotel New Pola

Dejamos el equipaje y nos duchamos rápidamente, turnándonos de modo que, mientras uno ocupaba el aseo el otro deshacía su maleta y salimos a la calle, a comernos Luxor o, por lo menos, un bocadillo. Llegamos a lo que podría ser el centro de la población y allí encontramos un restaurante recoleto en cuya terraza tomamos asiento. Un gran altavoz amplificaba una lección del Corán, supongo que algún imán recitaba para el pueblo musulmán alguna asura. Pedimos la carta y nos trajeron dos, una en árabe y otra en inglés.

Conocer en otro idioma el nombre de los alimentos parece sencillo cuando hablamos de algunas verduras y frutas, pero si ni siquiera en España, de una provincia a otra, reciben el mismo nombre pescados y verduras, la traducción del egipcio al inglés y del inglés al castellano era un ejercicio surrealista. El cordero que bala no es lo mismo que el cabrito, este tiene cuernos, pero un carnero también los tiene. Hubo que recurrir a la lana, para distinguirlos, porque el cabrito no sirve para hacer un jersey (otro día llegué a entender que un helado era de tamarindo, una fruta que no he visto en mi vida y, a partir de ese momento supe que ya nada podía resistirse a la comunicación que Karím y yo habíamos desarrollado). Cuando supimos lo que nos apetecía cenar llegó el momento de pedirlo pero, como yo estaba ya acostumbrado a los números árabes quise mirar la carta egipcia, suponiendo que comenzaría al revés, por leerse de derecha a izquierda. Miré los precios para que me sirvieran de guía y no coincidían así que le pregunte a Karím dónde estaba en la carta lo que habíamos pedido. Los precios eran distintos, la carta en inglés tenía precios más elevados que en egipcio, así lo comprobó Karím que, por supuesto, hizo el pedido de nuestra cena con su carta, en la que yo le señalaba lo que me apetecía, mientras el camarero ya no sabía qué pensar de mí, ni para qué habíamos pedido una carta en inglés que estaba cerrada y abandonada en la mesa. Ya no volvimos a pedir la carta para extranjeros, a partir de ese momento siempre hicimos la comanda con la carta egipcia.

No puedo recordar lo que cené pero sería algo de nuestra alimentación habitual, que se componía de alguna de estas especialidades: kofta, kebab, falafel, pollo asado, bocadillos de atún, que era la única forma de pescado junto a los calamares que nos gustaba a los dos, algunos encurtidos o ensalada. No podía faltar algo de arroz, riquísimo para mi gusto y, aunque no lo pidas, esas grandes cantidades de pan que siempre te ponen. Viniera o no a cuento solíamos tomar salsa tajina que para mí era el único sabor verdaderamente exclusivo de cuantas cosas tuve ocasión de probar. Todo lo demás, mejor o peor, con más o menos calidad, se puede comer aquí, pero el sabor de aquella salsa no lo he encontrado en ningún otro sitio. De beber para mí té o agua, para Karím casi siempre pepsi. No hace falta recordar que hay en el mundo árabe ciertas preferencias hacia esta marca en lugar de la otra, aunque las dos se encuentran en casi todos sitios.

Tras la cena yo tenía muchas ganas de ir al Nilo, sabía que el templo de Luxor estaba junto a la corniche, esto es, la orilla del río y hacia allí nos encaminamos, encontrándolo iluminado, reluciente, perfecto, con la columnata destacada y su pilono imponente, del que los franceses amputaron un obelisco que exhiben en la Place de la Concorde, gemelo del que yo estaba viendo en ese momento. Karím no creía la historia del obelisco gemelo en París, o del busto de Nefertiti en Berlín, o el templo de Debod en Madrid, pero tuvo que creerme finalmente ante la contundencia de mis palabras.
Vista exterior nocturna de un patio del templo de Luxor
Paseamos por la orilla del Nilo y pudimos ver los barcos atracados desde los que salían y entraban turistas que se acercaban al templo. La cantidad de personas que transitaba por la corniche me devolvía a la vorágine de Cairo, pero a nuestra vuelta, supuse que por ser ya tarde, no quedaban occidentales junto al Nilo. Bien dicho, era tarde para los cristianos occidentales que no para los musulmanes y yo, a estas alturas, en términos culturales no sabía ya entre quienes ubicarme, o quizá sí lo sabía: si Re iluminaba Egipto yo vivía en la claridad cristiana, pero mientras el disco solar atravesaba el cuerpo de Nut y la oscuridad se cernía sobre la arena y las aguas del Nilo, me comportaba como un musulmán, así pese al cansancio del viaje nos dirigimos hacia el centro del pueblo; Karím quería saber si había un Pizza Hut, su indispensable cita nocturna, pero todavía era temprano para la cena final, no más allá de las 2 de la madrugada, así que fuimos a tomar un té y fumar shisha.

Encontramos una amplia terraza, dividida en dos por un pasillo central, a la derecha sólo hombres, a la izquierda familias completas. Aunque no he hecho especial alusión, quienes conozcan Egipto saben que en Luxor, como en todo el Alto Egipto, son pocos los hombres que no visten la galabeya, por lo que yo me sentía a mis anchas y de estreno aquél día con mi nueva vestimenta. La terraza está llena de gente, es ramadán y todo el mundo aprovecha estas fechas para estar con la familia, es tiempo de regreso al hogar para muchas personas que durante el resto del año están separadas y, como todas las fiestas, es tiempo para gastar dinero, comer, beber y comprar regalos, sobre todo ropa. Nos costó bastante conseguir que se desocupara una mesa, pero los camareros hicieron sus gestiones y por fin pudimos sentarnos para ordenar nuestra bebida y pedir las shishas.
Vista exterior trasera del primer pilono. Templo de Luxor
El cielo pleno de estrellas que pugnaban por dejarse ver entre las luces de ramadán, el silencio intentando hacerse escuchar frente a las canciones que continuamente inundaban nuestros oídos desde la televisión y nosotros haciéndonos sitio entre los demás clientes para poder disfrutar de nuestro tabaco favorito: esta vez shisha de mango para Karím y de melón para mí, aunque terminaríamos intercambiándolas.

Tengo la sensación de que mi compañero trata a los camareros con cierto despotismo, sin embargo estos se muestran cada vez más serviciales, casi serviles. No entiendo muy bien lo que pasa pero es cierto que tardan mucho en servirnos, que estamos en un sitio muy pequeño pese a que alrededor de otras mesas hay mucho espacio y que cada vez que intentamos hablar con un camarero nos aparece otro, nuevo, con el que no habíamos hablado; a pesar de todo tengo que preguntarle a Karím por su forma de dirigirse a los camareros, en el fondo hay algo que me resulta incómodo.

Un niño nubio, de entre 10 y 12 años, con camisa blanca y pantalón negro heredado de alguien con mayor corpulencia, nos traía las brasas para la shisha; continuamente nos pregunta, está pendiente de todas las shishas que hay en la parte derecha de la terraza, la ocupada por los hombres, es un continuo ir y venir, trae y retira las pipas, cambia los quemadores, repone tabaco y, sobre todo, va cambiando los tizones de brasa para que el fumador siempre encuentre el tabaco a su gusto, sin quemarlo pero sin que suponga esfuerzo fumarlo.

Me gusta fumar shisha, voy más allá de lo exótico, de lo turístico, de lo novedoso, de hecho la fumo en casa con cierta regularidad, pero ya habrá ocasión de referirse al tabaco, en cualquier caso, para los fumadores es un placer, nada que ver con el consumo compulsivo de los cigarrillos, esta forma litúrgica de fumar una pipa de agua es lo que la hace tan atractiva, pero el humo dulce y fresco, casi carente de nicotina, generoso y envolvente, que nos proporciona la shisha es un placer superior, así cuando consideramos que poco más podíamos sacar de nuestras shishas y que era hora de cenar, pagamos la cuenta pero, antes de marcharnos, le indiqué a Karím que había que darle una propina al niño que nos había atendido la shisha.

Es muy fácil saber si esta es una propina merecida: si has fumado bien, si no has tenido pausas, si tu shisha ha estado siempre atendida, entonces la propina es merecida. Si, por el contrario, se ha apagado la brasa, has tenido que dejar la shisha por no poder fumarla, te traen la brasa irregularmente y está todavía negruzca, o demasiado pequeña, si tienes que esperar mucho para que te atiendan, la propina no es merecida, es más, debes quejarte. Karím estuvo conforme en que la propina era merecida para el chaval así que me sugirió que le diéramos 1 libra, que es una propina adecuada para un niño. Yo le pregunté qué propina sería correcta para un adulto y me dijo que 2 libras. Pues bien, esa es la propina que le daremos: 2 libras. No tuve que explicar mi decisión, Karím ya sabía, por los globos, los bolígrafos y demás regalos que yo llevaba, de mi especial consideración hacia los niños.

De ahí partimos en busca del Pizza Hut, yo temblando y Karím ilusionado, pero era lo pactado, la primera cena la elegía yo y la última la elegía él. El Pizza Hut de Luxor está perfectamente acondicionado, aunque pedimos dos pizzas, en adelante solo pediríamos una, la chicken supreme rolling pizza, favorita de Karím y que también era la más agradable para mí. Aquí no dejamos propina ni nada, no había motivo.


El hotel Winter Palace, en el que nunca me he alojado... todavía.

Para regresar al hotel sólo tuvimos que preguntar por el Winter Palace, uno de los hoteles más caros de Luxor, de los que más historia y tradición conservan, pero solo era una indicación lo que preguntábamos ya que nuestro hotel, mucho más modesto, se encontraba detrás, siguiendo la calle que había a su espalda.

Al entrar, para pasar por el arco detector de metales, esa pieza de adorno que tienen los hoteles en su puerta, yo tenía que decir “Salam alekum”, mi acompañante egipcio me aleccionaba para que lo hiciera, nos contestaban “W alekum al Salam”, pedimos la llave y como ya amanecía nos dispusimos a dormir.

Era la primera vez que dormiríamos en la misma habitación, y tuve que explicarle a Karím que había un pequeño problema: para dormir utilizo una CPAP un aparatoso instrumento, con mascarilla, parecida a las de oxígeno, que me envía aire normal, que toma de la misma habitación, pero a cierta presión, de modo que no sufra apneas del sueño. Le expliqué que no pasaba nada, que no tenía insuficiencia respiratoria ni precisaba oxígeno y que, por suerte para él, mientras durmiera con ese aparato no roncaría ni haría ningún ruido, salvo un pequeño silbido que se produce por la salida del aire a presión. Pareció entenderlo todo y quedar tranquilo con la explicación. Me metí en la cama y me coloqué el aparato, estuve hablando con él hasta que se acostó, demostrándole que el aparato no tenía ningún problema. Me preguntó qué ocurriría si se el hotel se quedara sin electricidad, le contesté que nada, que me quitaría la mascarilla y seguiría durmiendo, pero que entonces sí que roncaría bastante y no descansaría bien, por lo que al día siguiente estaría muy cansado, también ocurriría que las bebidas que habíamos colocado en el frigorífico de la habitación estarían calientes y que no funcionaría el aire acondicionado, con lo que yo me pedía la bañera para tal caso. Karím se da cuenta de que le estoy contestando con sorna y, a él, como a casi todos, le gusta más gastar bromas que sufrirlas, así que se rió al ver que le había ganado la batalla dialéctica y se puso a dormir, supongo que planeando alguna divertida venganza.

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