E-15 Otra noche sin dormir

Es la primera noche que pasamos en la misma habitación, a Karím yo le había dado una sorpresa, él a mi me daría dos. La que yo le di fue mi CPAP, cuando me vio con la mascarilla conectada al aparato por un tubo, supongo que pensó que dormía con algún personaje de la guerra de las galaxias. Las que me dio él a mí no eran tan inocuas: para empezar, al poco de acostarse y, una vez consideró que yo estaba durmiendo, y es cierto que lo estaba, puso la televisión; como todo lo que a él le gusta son los programas de música todas mis duermevelas eran así amenizadas. Sobre las 8 de la mañana me desperté, él dormía pero la televisión no, la desconecté e intenté seguir durmiendo, pero a las 10 de la mañana el sol ya caldeaba la habitación y decidí levantarme, desde que llegué a Egipto ningún día había dormido más de cuatro horas y media o cinco, así que tampoco era tanto sacrificio. Me levanté con hambre, pero ya era tarde para desayunar, así que con tranquilidad me aseé mientras Karím dormía. Cuando ya estaba listo para salir a la calle, él seguía durmiendo y decidí no despertarlo. Me relaciono con mucha gente joven por mis actividades y sé que necesitan dormir muchas horas, sobre todo porque no suelen hacerlo cuando deben, pero la juventud tiene esas licencias y yo, sabiendo el esfuerzo que el día anterior había supuesto para él, no iba a restringirlas.
Salí a la calle en busca de un té, pude tomarlo en el propio hotel, pero la hora del desayuno ya había pasado y me servirían un té de bolsita, pero no un té de bolsa grande, como en Londres, sino uno de los típicos de aquí, así que decidí ir hacia la población y tomar té egipcio en algún bar que encontrase abierto. Cuando hablo de té egipcio me refiero a la forma que tienen de prepararlo, no a la procedencia que sigue siendo de Extremo Oriente, o de Kenya.

Te El Arosa, mi favorito en Egipto


La tarea era más difícil de lo que yo pensaba y me costó recorrer varias calles, pero por fin encontré un lugar en el que, aunque no habría media docena de personas, algunos sólo hablando, podría tomar algo. Estaba en un bar regentado por cristianos, claramente no era un bar de turistas, así que pedí un té y me ofrecieron algo de comer, poca cosa, pero suficiente para pasar un par de horas, tiempo que yo pensaba estar fuera. Todavía no sabía yo distinguir, a simple vista, a musulmanes y cristianos, pero que los dueños del bar eran monofisistas era fácil de inferir, al ver los cuadros de San Antón en las paredes que, junto a San Jorge, deben ser dos de las más importantes devociones para la Iglesia Ortodoxa Egipcia: los coptos.


San Pablo eremita y San Anton en un icono copto
Por alguna razón recóndita en mi pensamiento, siempre creí que la relación con los coptos sería más cercana que con los musulmanes, que el hecho de compartir la misma creencia, puesto que las diferencias son hoy día más históricas y rituales que de fondo, me permitiría intimar con ellos con facilidad, sin los recelos que las caricaturas danesas de Mahoma (como nosotros llamamos al Profeta Mohamed) habían hecho nacer entre musulmanes y europeos. Nada más lejos de la realidad, creo que esa inclinación que se siente a favor de las minorías me había predispuesto demasiado favorablemente hacia los coptos y, sin que pueda quejarme de ellos, ninguna diferencia en su favor pude apreciar, frente a los musulmanes, en su relación conmigo.
El té estaba riquísimo, reconozco que para que a mí no me guste ya tiene que ser de pésima calidad, me conforta, me anima y aunque es un excitante tiene, frente al café, las ventajas de ser diurético y digestivo. Además puedes tomarlo solo o añadirle leche, si es un té negro no aromatizado, o tomarlo solo o con limón o menta en este segundo caso. Siempre está sabroso, a veces amargo y, bien calentito, quita la sed y el calor. Todos conocemos la famosa frase egipcia, que se aplica a la ropa pero también al té: Lo que quita el frío, quita el calor.
La charla con los cristianos era ya, tan típica, que ganas me dieron de hacerme una tarjeta y ahorrarme así los interrogatorios: cómo te llamas, de dónde eres, en qué trabajas, estás casado, tienes hijos. No me quejaré de personas que te tratan con amabilidad, pero he debido contestar estas preguntas en muchas docenas de ocasiones.

San Jorge de Capadocia, quien se opuso al apóstata Diocleciano

Poco más puedo contar de ese bar porque el tiempo que me quedaba lo dediqué a leer el mensaje que me había mandado Karím preguntándome dónde estaba y qué tardaría en volver. Le contesté con otro mensaje, no quería gastar el poco saldo que me quedaba en la tarjeta de mi móvil, diciéndole la hora en la que pensaba volver, que me esperase en el hotel. Yo sabía que, con el calor que hacía, a Karím no le venía bien venir a ver el templo de Luxor, de hecho quería ver los horarios para ir juntos al día siguiente o ver el espectáculo de luz y sonido esa noche.
Me acerqué a la corniche, para ver el templo desde fuera, y pese a la hora tuve ánimos de darle toda la vuelta por fuera. Por el lado que da al Nilo era muy fácil, de hecho estás viendo el templo desde fuera y poco queda que ver dentro, digo ver, que no sentir, para sentir hay que estar dentro. Por el lado contrario, en cambio, las obras no me permitían acercarme lo suficiente, pero ya era mi camino de regreso y completé la vuelta.


Una foto desde el exterior del templo de Luxor
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario