E-20 Donde llevas el tatuaje?

Karím es un buen nadador, yo todavía no sé cómo me atrevo a meterme en una piscina, si hubiera momias de nutrias, él lloraría al ver a sus antepasados. Nos colocamos los bañadores, por supuesto muy pudorosamente, él no sólo entró al aseo, sino que antes de salir preguntó si yo estaba ya listo. Aunque los dos seamos hombres es ramadán y ni a él lo pueden ver desnudo, ni el puede ver desnudo a nadie. Me parece una exageración, pero los temas religiosos son como son y mientras a mí no me afecten en cuestiones importantes, les tengo todo el respeto posible.  Con nuestras toallas y camisas subimos a la terraza del hotel. Un pequeño bar y una gran piscina, fenomenal. El primero en bañarse es Karím, yo estoy pensando en que un zumo del bar podría estar bien y ayudarme con el hambre que tengo, pero entiendo que será mejor tomarlo después del baño. Estamos solos en la piscina, aunque hay alguna persona más en la terraza, pero muy pocas, es que son las tres de la tarde y el sol en Luxor no es igual que en Cairo. Hace verdadero calor, así que tras un breve baño decido salir y ponerme a la sombra.
Karím sale del agua, se me acerca mientras estoy colocando la toalla en la tumbona y poco a poco consigue que me acerque a la piscina lo suficiente para una de sus habituales bromas. Un pequeño un empujón, con no mucha fuerza, pero que ni siquiera pude presentir, fue suficiente para desequilibrarme y hacerme caer de nuevo en la piscina. Ahora lo pienso y no podía estar más claro, pero en aquel momento, la verdad, ni se me pasó por la cabeza algo semejante. Seguramente estoy tan cerca de cumplir los 40 años que ya no me queda casi nada de las locuras de juventud. ¿Será que, pese a la opinión de mi mujer, finalmente he madurado? No, porque una vez dentro del agua fui yo quien tiró de una pierna de mi compañero hasta que también él terminó dentro y aprovechando el momento rápidamente me lancé a ahogarlo. Bien, sigo siendo un adolescente.
Ahora con más cuidado sí salí del agua y me tomé el ansiado zumo de mango, llevarlo en la mano y alejarme del borde de la piscina eran mi único seguro anti-chapuzones. Cuando terminé el zumo mi compañero salió de la piscina y fuimos a la habitación, teníamos que cambiarnos para ir al pueblo, a comer en mi caso, y desayunar en el suyo; pronto serían las cinco y veinte de la tarde, escucharíamos la voz, comeríamos algo y sería de noche.


La nutria del Nilo

No fuimos a cenar donde siempre, yo tenía ganas de comer lo que encontraba por las calles, curiosamente aunque era viernes estaban los comercios abiertos, así que compramos pan, arroz, fruta, pollo a la brasa, en fin, un poco de todo, agua para mí y una bebida refrescante en un envase color verde que debía ser algún refresco cítrico pero cuyo sabor dulzón no me gustó en absoluto, mientras mi compañero decía que era mejor que la pepsi. Supongo que, por cómo se bebió aquella botella, sería una de sus bebidas favoritas, todo estaba escrito en árabe y nunca he visto algo parecido, a mí no me gustó y nos sentamos en un banco de la corniche a cenar nuestra pantagruélica adquisición.
Pregunté a Karím por qué no había ido a la mezquita, y por qué no rezaba. Me dijo que él si rezaba, aunque yo no lo viera, que a la mezquita, al estar fuera de su casa no iría, que no pasaba nada. Bueno, yo no sé si tiene o no obligación de ir, pero le indico que no quiero que desatienda sus obligaciones religiosas por estar conmigo, que yo no tengo ningún problema en quedarme tomando algo o en acompañarlo, como el prefiera, total si hay que ponerse a rezar, con mi galabeya y hacer lo mismo que hagan los demás, ya aplicaré yo mis pensamientos a lo que deba aplicarlos.
Entonces Karím me dice que soy buena persona, pero que no soy cristiano, es más, que soy un hombre sin religión. Pienso que me lo dice porque estoy dispuesto a ir con él a una mezquita y participar de sus ritos, le explico que lo haría con respeto pero mientras él reza a su Allah, yo aplicaría ese tiempo a mi Dios.
No es por eso – me dice- tu me ayudas a que no rompa el ayuno y te  preocupas por que cumpla con mi religión, los cristianos intentan que los musulmanes dejemos nuestra religión, tu no eres cristiano.
Le contesto que eso no es así, que hoy en día todo el mundo respeta las religiones de los demás, especialmente los cristianos.
Entonces –me pregunta- ¿donde está tu tatuaje? esta mañana te he visto en la piscina y no llevas tatuaje.
¿Qué tatuaje?, le pregunto, y me contesta que todos los cristianos llevan un tatuaje con una cruz, que algunos no la llevan en el brazo pero la llevan en el cuerpo o, por lo menos llevan una cadena con una cruz colgante y que, como yo no la llevo, no soy cristiano, puesto que tampoco soy musulmán y, por lo que hemos hablado sabe que no soy judío, está claro que soy buena persona, pero soy un hombre sin religión.
Lo primero que hago es echarme a reír, le digo que a lo mejor llevo el tatuaje donde él no ha podido verlo, y me parto de risa mientras se lo digo. Pero no, en lo que él no ha visto de mi cuerpo no llevo ningún tatuaje, que eso que dice del tatuaje para ser cristiano me parece una broma. Karím muy serio me lo asevera, tengo que creerlo y explicarle que yo soy católico y que quizá los ortodoxos coptos lleven tatuaje, pero que aquí el tatuaje más famoso es el de “amor de madre”. Estoy casi con un ataque de risa mientras se lo cuento, tampoco procede explicarle que he llevado mucho tiempo la Cruz de Caravaca, hasta que me la robaron cuando entraron en mi casa, por cierto fue lo único que se llevaron.
Le explico que hay personas que sí llevan una cruz pero que otras no y que lo del tatuaje es absolutamente excepcional en el mundo católico. Me mira con cara de incredulidad pero le aseguro que le estoy diciendo la verdad y que si coincidimos con turistas europeos se convencerá por sí mismo.  Como estamos en la orilla del Nilo él mirará a los turistas, yo miraré a los egipcios. Pronto los dos nos damos cuenta de que las dos cosas son ciertas, los europeos aunque seamos cristianos no llevamos tatuajes ni cruces y los coptos sí que llevan tatuada una o varias cruces, normalmente en la muñeca.

Le digo que tampoco él lleva ningún tatuaje y me explica que como es musulmán no los puede llevar, porque el día del la vida final (o algo así, que supongo será su resurrección) todos los tatuajes se convierten en fuego que queman al musulmán, causándole un gran sufrimiento.
Tendré que informarme de todas estas cosas porque mi ignorancia sobre el Islam creo que es un obstáculo para entender los comportamientos y habrá que ponerle remedio. Karím me aconseja que lea el Corán y libros de su religión. Creo que no es la primera vez que lo hace, sacando esa vertiente proselitista. Vuelvo a decirle que no me voy a convertir en musulmán y me dice que no importa, que debo aprender sobre su religión para conocer las cosas que no le gustan a Alá y aunque no sea musulmán, si soy buena persona, tendré otra vida, cuando los dos gigantes que se lo comerán todo y acaben con el mundo.
Terminada la cena concluyó también esta discusión teológica, así que nos encaminamos a nuestra rutina de diversiones habitual, tan sólo alterada por mi deseo de comprar una “same card” una tarjeta de teléfono móvil egipcio. Tras visitar dos tiendas, me compré una tarjeta que introduje en mi teléfono, el contrato lo firmó Karím, a mi me habría sido imposible y él tiene hoy ese número de teléfono, bueno, su hermana en realidad, porque el último día se lo entregué ya que a mí no me serviría de nada y me caducaría al no recargarlo. Así que desde ese momento tenía un número de teléfono egipcio y lo primero que hice fue comunicarlo a las personas más allegadas, tanto las que estaban en España, como los que estaban en Egipto. Enviar mensajes a un céntimo de euro, o hacer llamadas al precio egipcio era todo un lujo, ahora podría estar en comunicación con todo el mundo sin agotar el exiguo saldo que me quedaba en mi teléfono español. Esta era la razón para comprar el teléfono, no que fuera mi interlocutor, cuando me llamasen desde España, el que pagase toda la llamada, al contrario, al recibir una llamada en lugar de aceptarlas colgaba y procedía a llamar yo, pero a precio egipcio.
Fuimos a fumar shisha y tomar té, a la misma terraza que la primera noche en Luxor, pero el niño nubio que nos había atendido no estaba, se ve que al ser viernes sería su día libre, el caso es que nos atendieron muy bien los camareros, pero la shisha nos la atendió un joven que también estaba el día anterior y que, sin la ayuda de su colaborador, no nos hizo especialmente agradable la fumada. Sin faltarnos de nada, no se hizo acreedor a la propina.
Una shisha más bien rápida en aquella noche en la que el teléfono nos ocupó buena parte de la conversación y de la tarea, muchísima gente por las calles, muchas familias, se notaba que era fin de semana, pero todos los comercios estaban abiertos, al menos todos aquellos que nosotros utilizábamos.
Fuimos al Pizza Hut, como siempre, pedimos nuestra chicken supreme  y la engullimos. Esta vez no pedimos ningún refresco, yo llevaba mi botella de agua y eso sirvió para que la digiriéramos, Karím considera que los refrescos son muy caros. Le digo que eso es una tontería, que da igual, pero me insiste en que él lo hace así en Cairo con sus amigos, que allí no hay la bebida que a él le gusta y que yo tengo mi agua, que me la beba. Cuando se pone así hay que dejarlo, a estas alturas creo que tiene confianza conmigo para hacer lo que le apetezca, si no quiere pedir ninguna bebida, será como él dice.
Vemos unas tiendas y encontramos una especie de mercadillo, hay ropa de todo tipo, le pregunto a Karím si él necesita algo, me dice que quizá algunos calcetines, así que compramos dos camisetas para mí y tres pares de calcetines para él. La camiseta, que se llama “fanela” me servirá para vestirla bajo mi galabeya, así iré más cómodo.
Cuando ya vagabundeábamos vemos una lavandería, le pido a Karím que pregunte precios y pronto sabemos todo, 1 libra las prendas grandes y media libra la ropa interior, además por otras 2 libras recogen la ropa en nuestro hotel y por otras 2 nos la llevan al hotel cuando esté límpia.
Mi compañero sigue pensando que hay que comprar Persil para lavar la ropa, yo le digo que no, que es mejor que nos la laven. El piensa en su ropa, yo pienso en mis vaqueros y mi galabeya. Además, le digo, ¿alguna vez has lavado a mano tu ropa? ¿cómo piensas plancharla?, porque secarse, indiscutiblemente, en la terracita de nuestro hotel se secaría en cuestión de minutos a mediodía. Se convence y quedamos en que en un cuarto de hora pasarían por nuestro hotel.
Raudos nos dirigimos al hotel, sacamos nuestra ropa sucia y en dos bolsas de tela que llevo para estas cosas introdujimos cada uno lo que quería que le lavaran, llegó un joven de la lavandería y se la entregamos, junto con las dos libras del viaje, al día siguiente, por la tarde, estaría la ropa de vuelta en nuestro hotel, limpia y planchada.
Con las prisas de la lavandería no habíamos comprado nada para la última cena de Karím, ya hacía un tiempo desde que salimos del Pizza Hut y no habíamos comprado helados ni tomado zumos, así que un poco de hambre también a mí me afligía.  Preguntamos en el hotel y nos dijeron que podíamos cenar, así que allí mismo, cenamos, unas alubias, embutido no procedente de cerdo, yogur, queso, nos ponen para los dos, pero las alubias a Karím no le gustan mucho, así que me las como yo. Karím pone la tele con los famosos video-clips de música y yo me fumo un cigarrito en la terraza y me dispongo a dormir, mañana si no hay contratiempos sí que iremos a los templos de Luxor y Karnak, pero mañana será otro día.

Luxor, nativos y foráneos

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